Leo que la mayoría de los
análisis sobre las elecciones catalanes, aceptando matices, van todos en la
misma dirección: Mas aguanta, Rajoy se hunde, el PSC se mantiene, Podemos sale
tocado y los verdaderos ganadores de la contienda son los de Ciudadanos. Esta
lectura, aun siendo cierta, me parece limitada. Hay una variable que quizás sea
la más importante de todas para analizar los resultados, asumida implícitamente
por todos desde el primer momento: a pesar del ruido mediático, esto no ha sido
más que un calentamiento para las elecciones generales. Por una parte, el
bloque independentista (o más bien su dirección) utilizará su fuerza para
arrancar un concierto fiscal al nuevo Gobierno de Madrid o incluso un Estatut,
y por otra parte los partidos de ámbito estatal intentarán que la “cuestión
catalana” les beneficie o les perjudique lo mínimo posible.
Rajoy sale moralmente derrotado, bordeando
lo ridículo, pero esto no significa absolutamente nada. De hecho, el escenario
de confrontación y polarización que cuajó el domingo le conviene. Sabían
perfectamente cuáles eran sus posibilidades y cuáles serían las consecuencias
de la estrategia de la tensión, pero asumían sacrificar Cataluña para ganar
España. El nuevo marco de debate será el de la unidad nacional frente al
separatismo catalán, con un coreo de declaraciones subidas de tono de ambas
partes que se retroalimentarán como lo han hecho hasta ahora. La política del
Gobierno en materia económica o social ahí no cabrá, por lo que la batalla
crucial consistirá en quién impone los términos y el terreno de debate. Con un
problema catalán, que a pesar de lo mucho que tiene de paripé es real, in crescendo, y el dominio de la agenda
de los medios de comunicación, el PP tiene todas las de ganar, aunque se las
tendrá que ver con el PSOE y Ciudadanos.
Los de Pedro Sánchez se mantienen
en Cataluña pero salen reforzados en el resto de España, gracias a su posición contundente del NO en ambos casos.
Parece que han aprendido la lección de sus devaneos con el nacionalismo que lo
amenazaron con convertirse en un partido marginal. No obstante, y a pesar de
salir reforzado, tiene difícil la carrera para ver quién se erige en más y
mejor representante de la unidad nacional
en un nuevo marco en el que tanto el PP y como Ciudadanos se sienten más
cómodos. No bastará con una mera americanización de su puesta en escena y con
una buena asesoría de marketing, tendrán que surfear con éxito y conseguir que
su propuesta de “reforma” no le quite votos en Andalucía, por simplificarlo de
alguna manera.
Una semana antes de las
elecciones puse aquí mismo (perdón por la autocita): “El voto antisistema, el voto anti-Artur Mas, es
decir, el voto de la mayoría social catalana que no puede permitirse ir a ver
la final de la Copa del Rey para pitar el himno, es para Ciutadans”. Tanto ha
sido así que el antiguo cinturón rojo se ha vuelto naranja. El éxito es doble,
dentro y fuera, ya que han conseguido representar el sentir mayoritario en Cataluña y especialmente
en el resto de España. Después de su épica subida en supuesto terreno hostil y
ante el fracaso del PP y la falta de brillo del PSOE, ¿quién puede exhibir más
legitimidad a la hora de poner orden
con los de Artur Mas? ¿Quién es capaz de llevar con más coherencia su línea
política nacional fuera de Cataluña?
Hay quien afirma que en las
elecciones catalanes murió lo que quedaba de Podemos. Hubo quien dijo, con
cierto sentido, que los Ahora Madrid o Barcelona en Común, sin serlo en sentido
estrictamente partidista, eran el Partido Orgánico de Podemos, ya que para la
gente aquello representaba el “espíritu Podemos”. Catalunya sí que es pot era algo parecido pero distinto: un frente
de izquierdas creado a partir de pactos entre las cúpulas de Podem, ICV y EUiA.
A pesar de que esto era nítidamente contrario al “espíritu Podemos”, ya se
encargaron sus dirigentes de monopolizarlo y decir: “Esto es Podemos”. Es
normal que la gente atribuya el fracaso a Podemos; en la noche de las
elecciones, todos los partidos tenían a su representante catalán sentado en la
mesa de laSexta, salvo CSQEP, que mandó al ínclito Íñigo Errejón. Intuyo que su
participación se apalabró con antelación y no le quedó más remedio que ponerle
cara al fracaso. Estas cosas a veces pasan.
Lo peor no fue el resultado en
sí, pues se veía venir teniendo en cuenta que la derrota de la izquierda frente
al sentir nacional y la forma del Estado es estratégica, no coyuntural (y en
esto somos responsables todos). Mi
mayor temor hacia Podemos desde su nacimiento era que apuntalaran los dos
errores ya históricos que hacen de la izquierda transformadora algo exótico y
marginal: el europeísmo bobalicón y la nefasta por inexistente política
nacional. Por eso lo peor no fue el resultado en sí, sino el relato estratégico
de salida ante esos malos resultados: Pablo Iglesias apela al sentido de Estado
y se erige como el presidente que facilitará un referéndum vinculante en
Cataluña. Ante esto se me vienen a la cabeza dos hipótesis:
- No se ha enterado de que su
ambigüedad con el nacionalismo catalán le ha restado votos en Cataluña pero en
el resto de España le puede hundir directamente. Con suerte, confía en que para las
generales ganaría el “voto útil” proreferéndum en Cataluña; algo difícil pero
en cualquier caso insuficiente.
- Realmente se cree lo del sentido
de Estado y no le importa sacrificarse en aras de la estabilidad política, tal
y como hizo Santiago Carrillo en la llamada Transición.
O quizás los dirigentes de
Podemos simplemente sean rehenes de los lastres ideológicos de la izquierda
madrileña, influenciada por la catalana, en la que se mezclan una suerte de
democratismo y voluntarismo. Si piensan que pueden doblegar al capital con
giros lingüísticos y neuropolítica, cualquier cosa es posible, en este caso ir
detrás de la burguesía catalana, ya que como dijo David Fernández “las
elecciones son la máxima expresión de la democracia”. Bien lo sabe Tsipras. Y
es que el problema de Podemos no es, como dicen, que hablaran de problemas
sociales y no tomaran partido en un escenario polarizado por el sí y el no. El
problema es que sí tomaron partido y asumieron el marco impuesto por la
burguesía nacionalista; derecho a decidir, referéndum, democracia… Todo un
debate viciado en el que hasta los términos de éste eran funcionales en
cualquier caso a los de Artur Mas. Dicho de manera clara, y asumiendo que el
fracaso es conjunto: hicieron de pardillos.
Los tics izquierdistas infantiles
se vuelven a imponer, cosa que agradecen los buenos chicos de las CUP, que irán
a disgusto por semana aproximadamente. Atentos al espectáculo que se avecina.
Los trabajadores sí tienen patria. Los trabajadores, en la UE del euro, necesitan un Estado fuerte. Los trabajadores, viendo que todos están de acuerdo con el “derecho a decidir” de manera injusta e insolidaria, entre otras cosas, el dinero con el que se pagan subsidios y hospitales, necesita un proyecto político nacional de clase. La pregunta crucial sigue siendo la misma: ¿dónde está el verdadero poder: en la Moncloa o en la banca alemana?
Estamos tan mal que esto puede
sonar incluso reaccionario, cuando desde una óptica estrictamente marxista no
hay alternativa. La verdad es concreta, retengan este dato: el cinturón rojo
donde antes arrasaban el PSUC y el PSC se ha vuelto naranja. No sé si es más
mérito de ellos o demérito nuestro. Analicemos el arco parlamentario en
coordinadas de izquierda/antiausteridad –
derecha y tomemos nota de la que tenemos encima.