1. El conjunto de analistas y
politólogos biempensantes, es decir, el 99% que copan tertulias en TV y radio
así como las editoriales de todos los periódicos, suele seguir un método:
primero menosprecian al rival, cuando éste avanza dicen que es imposible que
gane, y cuando gana la culpa es de los votantes, que son tontos. Ese 99% de
analistas y politólogos forma un conjunto heterodoxo entre conservadores,
liberales y social-liberales. Nos marcan los límites de lo posible: lo que
ocurre fuera de esos límites es siempre algo raro, excéntrico y, por supuesto,
indeseable.
2. Todo lo que se mueva fuera de
esos límites que marcan los cánones de la llamada democracia representativa, es
populismo. El populismo es denigrado porque es entendido como una apelación
directa y emocional (“irracional”) a los que sufren. Así, el electorado se
conformaría entre los votantes biempensantes, que hacen caso a analistas y politólogos
biempensantes, y votan “lo normal”, que puede haber destrozado la vida de
millones de personas pero es “lo serio”, mientras el resto pierden el sentido
de la responsabilidad cayendo en la “demagogia”. En resumen, lo que se intenta
decir es que quienes votan a los representantes del establishment tienen buen
juicio político y el resto no. Algo absurdo por lo general, pero insultante en
tiempos de desconexión absoluta entre instituciones-partidos y votantes
(ciudadanía en general).
3. Es importante incidir en que se
han equivocado todos. Han vuelto a hacer el ridículo. No puede ser casualidad
que se hayan equivocado, en un breve período de tiempo, con: Podemos, Sanders,
Corbyn, Brexit y Trump. ¿Acaso se han vuelto unos inútiles? No, el problema de
fondo es que son incapaces de entender aquello que se sale de los parámetros
que explicaban un mundo que ya no existe. El problema de los socialdemócratas
no es que sean “más de derechas” que sus predecesores, sino que el actual
contexto no les deja margen de maniobra para diferenciarse. Del mismo modo,
liberales y social-liberales se han quedado sin herramientas para analizar y
participar de forma exitosa en el nuevo contexto emergente.
4. La mera existencia de Trump –más
allá del resultado electoral– es la prueba flagrante del fracaso del proceso de
globalización iniciado en los años 70 de la mano del neoliberalismo, impuesto a
sangre y fuego por las dictaduras militares en Latinoamérica, aunque diseñado
en Chicago. El proceso de globalización fue acompañado de una coartada
sociocultural: el multiculturalismo, en crisis agónica tras la ola de atentados
yihadistas pero cuestionado anteriormente por las propias consecuencias de la
globalización. Globalización, neoliberalismo y multiculturalismo, tres
elementos en crisis (que, por cierto, fueron la salida a una crisis, la de los
70) imprescindibles de entender para analizar los fenómenos Trump, Brexit o Le
Pen.
5. Ante estas crisis, los
consensos se están rompiendo por los “extremos” (aunque utilizar la geografía
centro-extremos no tenga mucho sentido). La gente percibe al “sistema”, en sus
distintas acepciones o representaciones, como el problema, aunque muchas veces
no lo identifique de manera directa o emplee un lenguaje propio. Resulta lógico
que, entonces, la gente busque un “outsider”, alguien que venga de fuera y se
enfrente de manera directa a las élites, el establishment, los lobos de Wall
Street, la casta o la oligarquía. El populismo no es una ideología, sino una
lógica de acción política en la que el antagonismo nosotros-ellos es imprescindible
para que funcione. Trump era ese outsider. Resultaba patético ver cómo los
analistas y expertos electorales intentaban analizar su propia presencia desde
sus parámetros: ¡siempre lleva la chaqueta desabrochada de pie cuando eso es un
error imperdonable!
6. Frente a Trump ha estado la
peor candidata quizá de la historia. Pocas personas podían representar mejor
que Clinton ese establishment corrupto y ese sistema en decadencia que una
mayoría de gente sin un arraigo ideológico sólido quería cambiar. Más allá de
su historial lleno de manchas, corruptelas y una lista de barbaridades en
política internacional, en términos estrictamente político-electorales Clinton
era una bicoca para Trump. El equipo demócrata soñaba con una campaña
polarizada entre el centro y los extremos, la moderación y la radicalización.
Sobrevaloraban la legitimidad del sistema y la paciencia de la gente. Otro
escenario distinto se habría dado si Sanders hubiera ganado las primarias ya
que él podría haber disputado el “corazón” de la clase obrera, que siempre ha sido
la mayoría.
7. El milagro de estas elecciones
no ha sido la victoria de Trump, sino la resurrección de la clase obrera. Hace
tres días no existía porque fue barrida por el posfordismo (“en este país
solíamos construir cosas”) y dio paso al precariado y demás clases emergentes
que convertían a la clase obrera en una antigualla minoritaria por supuesto
alejada de su antiguo papel central como dirigente de cualquier proceso de
transformación. Hoy ha vuelto, eso sí, en forma de paletos blancos racistas. En
estos días saldrán estudios sobre los votantes de cada partido: sexo,
formación, centro-periferia, urbano-rural, etc. Pero hay una realidad que no se
puede esconder: Trump ha ganado gracias al apoyo de las zonas que más han
sufrido el proceso de globalización y desindustrialización. Los perdedores.
8. Se ha caricaturizado en exceso
el perfil de Trump. Las ocurrencias y tonterías que pueda decir, así como las
vergüenzas biográficas, no lo convierten en un “loco” o en el nuevo Hitler. Simplemente
Trump es el resultado de los debates y las pugnas de las clases dominantes.
Representa a una facción de la burguesía que no comulga con el viejo orden. A
partir de ahora todos los expertos analistas que llevan años haciendo el
ridículo nos dirán que el proteccionismo o la defensa de la economía nacional
es xenofobia. No lo es, simplemente intentarán que no cunda el ejemplo porque
si se diera en otro país importante se cargaría por completo el “orden
internacional” (la Unión Europea en el caso de Francia). Cuentan con la
inestimable ayuda de Trump cada vez que se refiere a latinos, afroamericanos o
muros; por cierto, si quiere construir un muro tendrá que ponerlo encima del
que construyó Bill Clinton.
9. No vale con lamentarse de que
ganen personajes “populistas”, de “extrema derecha” o, en definitiva, indeseables
desde nuestra perspectiva ideológica. Lo que vale es entender por qué eso
ocurre y no caer en caricaturizaciones absurdas: todavía habrá quienes crean
que nos alegramos de esta victoria simplemente por no caer en ellas. Son
precisamente ellos los que las hacen posibles. En política no existen vacíos.
La clase obrera desheredada, indefensa y sin referentes, será “conquistada” por
alternativas de este tipo si la izquierda, a la que le corresponde esa tarea,
no lo hace. El problema es que la mayoría de la izquierda se hizo liberal, se
integró en el sistema, y a día de hoy ni tiene ni quiere una alternativa al
statu quo. Su lucha es por los profesionales liberales, los universitarios, los
funcionarios y los urbanitas. (Por cierto, en España ¿dónde están realmente los que faltan? ¿Están en el PSOE o en la abstención? ¿Quiénes son esos que están en la abstención?). Los demás, más lentitos, ya se darán cuenta más
adelante y vendrán con papa. Qué lástima que esos demás sean la mayoría dentro de la mayoría social golpeada por la
crisis.
10. Los teólogos de la moderación
están de luto. Los que tienen miedo de levantar el puño, vaya que la gente se
asuste, se suben al carro y dicen que Clinton era mala candidata o que hay que
hacer pedagogía en los zonas obreras. Los que temían que la “retórica
izquierdista” de Sanders restara votos. Los que esconden tras el escudo de la
moderación su propio miedo. No han entendido nada.