Un
alma caricativa subió a Youtube hace unos días dos entrevistas de
1993 y 1994 a Julio Anguita de más de una hora de duración. No es
necesario ningún comentario sobre la capacidad intelectual y
retórica (discrepancias ideológicas a parte) de este señor para
debatir y exponer sus argumentos, máxime teniendo en cuenta lo
desmoralizadora que podría resultar cualquier comparación. En una
de las entrevistas se le responsabiliza, entre otras muchas cosas, de
ser el culpable de no permitir la llamada “unidad de la izquierda”
por una supuesta intransigencia a la hora de negociar con el PSOE. A
esta acusación Julio responde serenadamente que él en nombre de su
organización siempre estuvo dispuesto a negociar con quien hiciera
falta, pero siempre en torno a un programa, y que precisamente por
esta condición sine qua non el PSOE prefería pactar con las
derechas nacionalistas. Termina su alegato advirtiendo que lo que
muchos querían en realidad era doblegar a su organización
despojándola de su identidad -programa- para convertirla en una
criada y que eso era taxativamente imposible.
Fue el propio Julio el creador de
la recurrida teoría de las dos orillas, sin la cual hoy es imposible
hacer un análisis medianamente serio a la hora de dilucidar el
panorama político español para, después, aportar propuestas
estratégicas que ayuden a superar el Estado de excepción en el que
nos encontramos. Dicha teoría dice, resumidamente, que PP y PSOE,
sin ser lo mismo, están en la misma orilla, la del capitalismo; e IU
está enfrente, junto con el resto de movimientos sociales y
organizaciones de la llamada
«izquierda
transformadora».
Hoy,
años más tarde, todo aquel que diga representar a la segunda orilla
y niegue esta teoría, implícita o explícitamente, debería
renunciar -o ser renunciado- ya que esa actitud claudicante sólo se
puede entender desde la ignorancia o la cobardía, ambas
características incompatibles en cualquier caso con un dirigente de
una organización que se autodenomina anticapitalista.
Ignorancia
porque sólo un rufián cae tan fácilmente en las trampas del
enemigo, asume su discurso y hace malabares retóricos para
justificar lo injustificable. Cuando un dirigente de IU dice «cuidado
que viene la derecha», sin más, refiriéndose al PP y olvidando que
la derecha es quien hace políticas de derechas y que ese mismo
discurso -el llamado “voto útil” que él mismo legitima- es el
que condena a su propia organización al ostracismo, es que algo
falla.
Cobardía
porque es mucho más fácil quedarse en lo superficial, en lo banal,
que meterse en líos y ser denigrado por la maquinaria mediática y
la opinión publicada, que no pública. Cuando no se va a la raíz de
los problemas y se respetan las reglas del juego se es una persona de
bien y eso trae una cierta comodidad. Lástima, por otra parte,
que ser de izquierdas signifique no claudicar, dar la batalla, dar la
guerra, aunque eso cueste el sueño o directamente la vida, como bien
saben los que han estado o están en las cárceles. Miedo tiene quien
no está convencido, y si un dirigente no está convencido es que
algo falla.
IU
es una organización heterogénea, casi se podría afirmar que como
en la viña del Señor, hay de todo. Tanto que no vale la pena
analizar exhaustivamente cada 'familia'. Miremos más hacia arriba y
veamos cuáles son las dos posturas enfrentadas en IU y en el propio
PCE. Este es el debate verdaderamente importante, el resto son
consecuencias y síntomas, desde Nueva Izquierda al Plan de Ajuste
andaluz pasando por el intento -crónico- de liquidación del PCE,
ahora mediante una “Syriza española”.
PSOE
o Programa
Por
una parte tenemos a quienes voluntaria o involuntariamente se tragan
la falacia del bipartidismo que consiste en presentar a dos opciones
aparentemente distintas, una de derechas y otra de izquierdas, para
simular pluralidad y generar enfrentamiento de manera que nadie se
entere de lo realmente relevante: ambas opciones están de acuerdo en
prácticamente todas las cuestiones importantes.
Esta
falacia le dice a la población que la alternativa al PP es el PSOE y
viceversa, pero también le dice a IU que su compañero natural y
obligado ha de ser, porque sí, el PSOE. Esto coarta la capacidad de
maniobra de IU, ya que la convierte en responsable, primero, de que
gane “la derecha” y, segundo, de que no gane la izquierda.
Aceptando este drama, IU deberá pactar con el social-liberalismo,
suicidándose en la mayoría de los casos, o deberá
responsabilizarse de que gane “la derecha”. Es decir, asumiendo
la falacia del bipartidismo, IU se reduce a sí misma a una fuerza
residual que, en el mejor de los casos, podrá aspirar a arañar
escasas décimas en un Presupuesto ya que se encuentra atada de pies
y manos en todo momento.
Frente
a esta postura claudicante están los que anteponen el Programa, es
decir la identidad de la organización al indecente baile de siglas.
El debate ni siquiera está en pacto sí o pacto no, el debate está
en el contenido del acuerdo programático, que es lo que lo define como bueno, malo o regular.
Presentar unos puntos irreductibles, estratégicamente trazados para
debilitar al enemigo acompañante de alcoba, que compartiera
cualquier organización de la llamada “izquierda transformadora”
es la única garantía de no equivocarse. Y si no, no pasa nada: a la
calle. Que el institucionalismo tiene las patas muy cortas.
Kawanakajima
significa algo así como “tierra en medio del río”. Allí se
libraron históricas batallas entre dos grandes ejércitos. IU está
librando una que se irá recudreciendo tanto en cuanto el
bipartidismo, representante y vocero del capitalismo y sus mercados,
siga hundiéndose. Sus dirigentes deberían andar con ojo porque
cuando alguien titubea y no se posiciona radicalmente en uno de los
dos bandos enfrentados corre el riesgo no sólo de abandonar su bando
natural sino de traicionar a ambos.
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