Hoy en día todas las personas que
dedican parte de su vida a la política en nuestro país (a estudiarla o a
ejercerla, ya sea en una institución o en un movimiento social) llegarán a una
conclusión que meses atrás no parecía tan clara: asistimos a una Crisis de
Régimen. Esto ya no es un juicio de valor, una algarada o una consigna, es una
constatación. La clase dominante ya no dirige, solo domina mediante la fuerza ya
que ha perdido –va perdiendo, más bien- el consentimiento de las masas que a su
vez se van desprendiendo, paulatinamente, de las ideologías tradicionales. Decía
Lenin que la Revolución era imposible sin una crisis nacional general, que se
manifestaría –principalmente- en que los explotados serían conscientes de la
necesidad de dicha revolución y en que la crisis gubernamental sería tan
importante que la política llegaría a las grandes masas, antes ‘ajenas’ a ella.
Seamos más modestos y cambiemos “revolución”
por “proceso constituyente” (más lo siento yo), aspirando a un escenario como
por ejemplo el venezolano: llegar al Gobierno, iniciar un proceso
constituyente, crear un nuevo marco político-institucional y, una vez ahí, arrebatar
Poder.
Los estudios sociológicos que
evidencian la caída del bipartidismo, de la monarquía, de la ‘democracia
representativa’ o el rechazo a la ‘economía de mercado’ son sintomáticos. Como
también lo son los continuos movimientos que se producen como respuesta ante un
posible levantamiento organizado y popular: Beatriz Talegón, el Príncipe
Felipe, UPyD, cambios estratégicos de determinados medios de comunicación,
cánticos de sirena hablando de unidad de la izquierda en abstracto, etc.
Transformismo. Gatopardismo, en el
fondo: cambiar todo para que nadie cambie. Lo decían algunos sin sonrojo: una
segunda Transición. No se me ocurriría mejor ejemplo.
Este contexto de excepción, que
abre un escenario nuevo en el que podemos disputar la hegemonía, podemos
afrontarlo desde dos visiones distintas y, a mi juicio, opuestas. Por un lado
podemos seguir con los mismos ojos que hace diez, veinte o treinta años. Así,
llegaríamos a la conclusión (tan repetida hoy, cada vez con más asiduidad y
menos originalidad) de que lo que hace falta es un Frente de Izquierdas para
parar “a la derecha”. Implícitamente se legitima el bipartidismo (reconociendo que hay una opción de
izquierdas y otra de derechas) y se subordina todo movimiento que no sea
institucional al plano meramente electoral. Independientemente de cualquier
otro juicio, esta opción, planteada como una especie de pactos por arriba y
sumas de siglas, sería un fracaso porque en el mejor de los casos
conseguiríamos ser ocho más dos.
Por otro lado, podemos mirar a lo
grande, asumir lo anterior y analizar el plantel sociológico y político. Así
llegaríamos a la conclusión de que no basta con los llamados “votantes de
izquierdas” del PSOE (que se iban con el voto
útil) y que ni siquiera basta con la unión sincera y generosa de toda la izquierda transformadora. Si aspiramos a
ser mayoría, a ser fuerza de poder, necesitamos a todas las personas con
sensibilidad constituyente y sin anclajes ideológicos sólidos. Dicho de otra
manera: necesitamos a todas las personas que apoyan a la PAH y creen que el Congreso
no pinta nada (esas que antes votaban a PP o PSOE y puede que lo sigan haciendo
si no encuentran Alternativa). Y nadie debería asustarse: esto no quiere decir
que hay que moderar el discurso o rebajar el programa, al contrario. Lo único
que quiere decir es que lo abstracto divide y lo concreto une (o pone a cada
uno en su lugar): lo concreto es un programa nítidamente anticapitalista con
medidas tan precisas como comprensibles respaldado por un discurso rupturista y
de mayorías, encuadrado en un marco estratégico que tenga como objetivo la
superación de este decrépito Régimen. No se trata de dar palos de ciego sino de
ofrecer un proyecto alternativo de país, ya que a veces se nos olvida que a la
gente normal le interesa un comino qué opinamos de Corea del Norte y que
nuestros sesudos análisis no sirven de nada si no somos capaces de
transformarlos en Discurso.
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