A finales de 2009 IU aprobó el proyecto de Refundación con el fin de convertirse en una organización política más federal, más republicana y más anticapitalista.
Ser anticapitalista significa estar en contra del sistema capitalista. Esto significa estar en contra de los partidos que practican políticas neoliberales y defienden el sistema. Esto significa estar en contra del bipartidismo. Esto significa estar en contra del PP y del PSOE. Y esto significa, en palabras clásicas, que la izquierda anticapitalista está en una orilla, la de la justicia social, y el bipartidismo está en otra, la de los mercados.
La política -como todo proyecto político- y la realidad quizás sean las dos cosas más complejas del mundo, pero creo que podemos aceptar por válida la premisa anterior y creo que sólo sobre ella podemos construir un proyecto anticapitalista serio para poder empezar a hablar de la hegemonía gramsciana de la Izquierda.
En momentos anteriores nos atrevimos, aparecimos donde no nos esperaban y nos convertirmos en referente. Luego nos dejamos seducir por aquellos cantos de sirena, los cuales siguen teniendo a día de hoy a más de uno embelesado, y casi desaparecemos. No obstante nos sobrepusimos, nos volvimos a atrever y nos situamos enfrente del bipartidismo. Ganamos en las municipales, ganamos en las generales y hemos vuelto a ganar en Andalucía. Los datos nos avalan.
Es precisamente en Andalucía donde nos jugamos nuestro futuro. Es ahora y no ha sido antes ni será después porque somos como aquel hombre penitente que subía y subía una piedra más grande que él por una montaña y cuando llegaba a lo alto la dejaba caer para volver a empezar. Nos jugamos seguir condenados a ese periplo penitenciario o convertirnos en el referente de La Izquierda.
Ante tamaño contexto de importancia histórica y política, tenemos que librarnos de todos los ecos para escuchar la voz original. Es ahora cuando todos los que no son ni militantes ni votantes de IU nos dicen desde fuera qué tenemos que hacer: los del PSOE nos dicen que tenemos que pactar con ellos y los que se sitúan a nuestra izquierda nos dicen que si pactamos con el PSOE somos unos vendidos.
Teniendo en cuenta que somos como Paco Ibáñez y que por tanto todo lo que hagamos lo van a considerar mal, creo que no es ningún disparate pensar que, guste o no, nos debemos a nosotros mismos y por lo tanto tenemos la obligación de preguntarnos y hacernos caso a nosotros. Y con nosotros me refiero a las bases y a los militantes. Una organización cuya dirección no escucha a sus bases nunca jamás podrá aspirar a transformar la sociedad.
Una vez que nos libremos de los ecos y de la esquizofrenia que éstos provocan, tenemos que echarle raciocinio al asunto para sopesar los distintos caminos que se nos abren. La racionalidad nos dirá en primer lugar que por encima de todas las cosas tenemos un contrato con el pueblo andaluz que es nuestro Programa, el cual en un acto sin precedentes de dignidad hemos firmado incluso ante notario. En segundo lugar nos dirá que nuestro futuro depende de la coherencia entre nuestras palabras y nuestros hechos. En tercer lugar nos dirá que todo acuerdo político, sea de gobierno o de investidura, que no esté basado en un programa o en unos puntos programáticos concretos es propio de rufianes.
Cuando la racionalidad ponga estas ineludibles cuestiones sobre la mesa, veremos cómo automáticamente desaparece un camino: el que nos lleva hacia un pacto de Gobierno con el PSOE.
Primero porque es imposible un acuerdo material y/o metafísico sobre un programa con el PSOE, ya que cederá mínimos con tal gobernar, pero no tanto como para permitir un acuerdo serio que no convierta a IU en una mera muleta y la relegue a gobernar, como mucho, el área de Juventud o Deporte. En el PSOE son muy marxistas, pero de Groucho, por aquello de “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, pero aún así es un partido rehén de sus cúpulas por lo que pedirles un giro real a la izquierda sería algo así como pedirle peras a un olmo. Incumpliríamos nuestro contrato con el pueblo andaluz y nuestro descrédito político sólo sería comparable al derrumbe de nuestro rédito político.
Segundo porque una organización no se puede tirar una legislatura entera criticando la corrupción y las políticas de derechas y luego pactar con corruptos y con los que han hecho políticas de derechas, mucho menos cuando no hay ninguna garantía de que se pueda acabar con ambas cosas. Más allá del caso sangrante andaluz, no podemos olvidar que el PSOE es el partido de la OTAN, de los GAL, de la ficticia construcción de la “pinza”, del desprecio y las humillaciones a IU, de la Ley Electoral, de la Reforma Laboral, de las guerras imperialistas y, por no seguir, de los ERE's. Perderíamos todo tipo de legitimidad y credibilidad a la hora de criticar cualquier vicio del PP o del PSOE.
Tercero porque los debates sobre lo abstracto nos dividen y los debates sobre lo concreto nos unen o ponen a cada uno en su lugar. La llamada Unidad de la Izquierda se basa en una construcción mítica, casi mística, de que PSOE e IU deben ser compañeros de viaje con tal de “parar a la derecha”. La derecha es quien la representa y quien, sin representarla simbólicamente, hace políticas de derechas, por lo que se puede afirmar que a día de hoy la derecha en España tiene dos facciones: el PP, que es la dura y el PSOE, que es la 'amable'. Por esto y por la primera razón, un acuerdo de Gobierno sólo sería posible si IU traspasa unas líneas rojas que una organización anticapitalista que quiere erigirse como el referente hegemónico de la Izquierda no puede traspasar.
Este camino será presentado con fuerza y con más avales de los que a mi juicio debiera, por lo que es importante que desde abajo recurramos al raciocinio para descartarlo automáticamente porque nuestra credibilidad, es decir nuestro futuro, está en juego. Creo que si no descartamos este camino rápidamente, no podremos estudiar con la exhaustividad que merece la ocasión los otros dos: dejar que gobierne la lista más votada o apoyar la investidura del PSOE, pasar a la oposición obligándolo a pactar políticas de izquierdas y evitando que entre al Gobierno la extrema derecha.
En cualquier caso debe producirse un debate razonado y argumentado, siempre con nuestro Programa sobre la mesa. Creo que dicho debate no servirá de nada si no se descarta el primer camino, ya que entrarán en conflicto otros intereses que difuminarán los puntos que nos han conducido hasta lo alto de la montaña: Programa, coherencia y confrontación con el bipartidismo.
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