martes, 17 de noviembre de 2015

La cortina de humo (o la construcción de un relato)



Hoy nadie duda de que la política haya cambiado en los últimos tiempos. Ese cambio, que abarca prácticamente todos sus ámbitos (participación, comunicación…), acepta matices tanto de profundidad como de contenido y forma, pero es una tendencia incuestionable en todas las democracias liberales-representativas. La cortina de humo (Barry Levinson, 1997) nos sirve de ejemplo paradigmático para ceñirnos al ámbito de la comunicación.

La comunicación política, hasta entonces de masas, respondía a un modelo político de inclusión de éstas, de grandes partidos con grandes cleavages definidos en los que las ideologías, los programas transformadores y los proyectos no eran antiguallas, sino la razón de ser de dichos partidos. Esto empezó a cambiar en Estados Unidos a partir de la década de los cincuenta cuando los publicistas empezaron a convertirse en piezas clave de las campañas electorales. Sin embargo, no sería hasta el debate de 1960 entre Kennedy y Nixon cuando todos los estrategas electorales, especialmente referidos a la comunicación, tuvieran que adaptarse a un nuevo escenario.

Para la mayoría de quienes escucharon el aclamado debate por radio, ganó Nixon. Sin embargo, para la mayoría de quienes vieron el debate por televisión, ganó Kennedy. Se puso de manifiesto empíricamente que hay un porcentaje de la comunicación (hoy existe un consenso en que se trata precisamente de un porcentaje mayoritario) que responde a lo que podríamos denominar en términos genéricos puesta en escena, en la que aspectos hasta entonces obviados como el físico (en el caso de Kennedy su sonrisa, su mirada, su bronceado, etc. Frente a un a Nixon visiblemente enfermo), la comunicación no verbal o la teatralidad se imponen a argumentos objetivos-programáticos.  Desde entonces, y especialmente con el paso del tiempo hasta llegar a nuestros días, el fin último de una campaña en general y de una estrategia de comunicación en particular, es emocionar al votante, ya que la emocionalidad es un factor más movilizador que, por ejemplo, la racionalidad. A pesar de que los seres humanos gastemos una parte importante de nuestras energías en racionalizar nuestras acciones, lo que verdaderamente nos mueve son las emociones. Ejemplos no faltan, y estudios de lo que se ha acabado llamando neuropolítica tampoco. No obstante, hay que decir esto no es nada nuevo, ya que la apelación al phatos viene, al menos, desde tiempos de la retórica aristotélica.

La cortina de humo pone encima de la mesa los elementos clave a la hora de entender la comunicación. El primer problema que se presenta es el de agenda-setting, es decir el de colocar en la agenda mediática los temas que te convienen que sean de actualidad, esto es, los temas que te beneficien o perjudiquen a tus rivales. Quien impone de qué se habla parte con ventaja, y en el caso de la película nuestro protagonista iba perdiendo ya que, para más inri, el tema central de debate era algo tan negativo como una acusación de acoso sexual. Frente a este panorama, su equipo de campaña dirigido por un número exiguo de personas, intenta retomar la iniciativa. Hay debates de los cuales no puedes salir con respuestas o argumentarios ni siquiera aunque tengas razón. Si bajas al charco de barro que te impone el adversario, has perdido de antemano. Esta es la razón principal por la que los políticos y los partidos suelen pasar de puntillas por sus casos de corrupción, lejos de entonar el mea culpa al menos de cara a la galería; los analistas expertos coinciden en que la única manera de salir indemne (o al menos vivo) de un escándalo de corrupción es hacer como si no hubiera pasado nada (y si encima puedes desviar la atención como el Gobierno, hacia Gibraltar, por el caso Bárcenas, mejor). Por lo tanto, el equipo de campaña retoma la iniciativa y piensa una cuestión de mayor calado. Para tapar un escándalo, otro escándalo más grande. Una guerra.

Salvo en escasas ocasiones de pésima gestión, un atentado, un desastre natural o un acontecimiento doloroso, eleva automáticamente la popularidad del gobernante que afronta el desafío. Si se trata de un enemigo externo, más aun, ya que radicaliza la dialéctica schimittiana de amigo/enemigo. Sin antagonismo no hay política. No olvidemos que el objetivo último, a fin de cuentas, de un político es representar los intereses generales de la nación, aunque solo sea representante de una clase social, por ejemplo. Esta hegemonía es más fácil construir cuando se tiene enfrente un enemigo perfectamente definido y dibujado: el comunismo, el terrorismo, la casta, la oligarquía o el imperialismo.

Bien para definir el enemigo o bien para diseñar una guerra, más que argumentos lógicos y racionales, hace falta la construcción de un relato, sencillo, emocional y que en definitiva sea una historia (la prueba de fuego: todas las secretarias llorando tras el ensayo del discurso del Presidente). El relato es el sustento de la comunicación (pos)moderna. El ejemplo de las armas de destrucción masiva inexistentes en Irak da prueba de ello. Frente a tamaña amenaza, solo cabe pensar con el estómago y legitimar cualquier acción frente al terror. Y que sea rápido. Si todos los medios de comunicación al unísono nos venden el relato de las armas de destrucción masiva, ¿cómo pararnos a pensar reflexivamente, primero, si eso es verdad, y segundo, si la solución es bombardear a todo un país? Somos rehenes del miedo, de la llamada doctrina del shock. En la película esto se ve perfectamente. Da igual cuál sea el país, dan igual las razones, lo importante es el relato que emocione: los detalles de la niña, de Zapato, los eslóganes, las canciones, etc. son imprescindibles. El storytelling necesita de elementos que hagan del relato algo atractivo y conmovedor, a diferencia de la clásica y fría comunicación: mitos, arquetipos, metáforas… que doten a dicho relato de sentimientos de heroicidad, identificación, leyenda, etc. Todos estos elementos los tenemos perfectamente identificados en la política. Que el verdadero guionista de la campaña sea un productor de cine es la guinda.

Quién nos iba a decir hace tan solo diez años que un tertuliano con coleta podría aspirar con posibilidades a la Presidencia de España, o que todos los candidatos se darían codazos por salir en programas como El Hormiguero. La americanización de la política española es ya un hecho incuestionable. Las áreas de participación colectiva de los programas electorales, las asambleas y los militantes pintan poco en este nuevo escenario. Lo dijo de manera profética Alfonso Guerra hace bastantes años: “prefiero un minuto en televisión que 10.000 militantes”. Pablo Iglesias años antes de pisar su primer plató ya lo tenía claro: “la gente no milita en las organizaciones políticas sino en los medios de comunicación”. Albert Rivera dijo que él, que tenía mejor facha que todos ellos también sabía jugar a esto. Luego Pedro Sánchez sacó una enorme bandera rojigualda y presentó a su mujer a lo Obama como diciendo que él era una persona normal. Los que no puedan, bien por capacidad o bien por un compromiso ideológico que choca con los intereses de los grandes capitales propietarios de todas las televisiones -sin excepción-, surfear la ola de la espectacularización lo tienen complicado. Y si no que se lo pregunten al bueno de Alberto Garzón.

martes, 27 de octubre de 2015

Historia de un eclipse (en memoria de Pruaño)



Recomendar las cuatro novelas de Los días de la gran crisis es, paradójicamente, fácil y difícil al mismo tiempo. Fácil porque no existe mayor atracción para el ávido lector de izquierdas que una conversación íntima entre González y Zapatero, Valderas y Maíllo o Iglesias y Anguita. Difícil porque eso no puede ser, claro. Es aquí donde entra la magia de Eclipse rojo y la literatura como la única mentira capaz de decir la verdad. Todo escritor es un mentiroso, y Felipe consigue engañarnos.

Eclipso rojo (así como la tetralogía en su conjunto, con la excepción voluntarista de Serpentario) es una historia de derrota y soledad. El solitario es aquel que le dice a su amada: me quedo solo, pero no me vendo. La sombra de Althusser planea en pugna con la de Egea: un comunista nunca está solo. Derrota, soledad y dignidad del que no asume los valores del vencedor. Como el revolucionario al que amenazaron con dormir en la cárcel y respondió que la pasaría entre rejas, pero lo de dormir todavía lo decidía él.

La novela no se limita a describir o contextualizar el eclipse, también nos dice que se puede salir de esa segunda clandestinidad, siempre y cuando cumplamos al menos dos condiciones sine qua non: ser radicales yendo a la raíz de los problemas e impedir que los responsables se erijan, de nuevo, en salvadores. Lo que está en juego es, ni más ni menos, que la existencia de la izquierda marxista en España. Esta vez no es el fantasma de Shelley sino el de Occhetto. Para entender esto, podemos distinguir dos realidades, la externa y la interna. Con la externa, referente al contexto en el que se enmarca el eclipse, basta con recurrir brevemente a la caja de herramientas de Gramsci, como gusta Garzón.

El 15M abrió lo que los posmodernos llaman ventana de oportunidad: la deslegitimación del régimen unida a una creciente ola de movilizaciones consiguió romper el candado del consenso, instalando en el imaginario colectivo la posibilidad de un cambio. Paralelamente, se inició un proceso de reorganización del bloque de poder, con el objetivo estratégico de una revolución pasiva controlada desde arriba, capaz de cabalgar la indignación recogiendo algunas propuestas, pero siempre llevando la iniciativa y dejando desnortada a la alternativa. Parece que Margallo tiene vocación de hombre de Estado y puede jugar un papel importante en la segunda transición que se viene: lo que se juega, en el fondo, es quién organiza los próximos 30 años. Faltan flecos para que la cooptación y el transformismo de una parte de la oposición rupturista, fruto de la propia dinámica de la política como el arte de lo posible, culmine con un nuevo Carrillo. Las malas lenguas dicen que puede bastar con que Errejón, estratega del giro al centro, se coma a Iglesias y éste a Garzón.

Pero no crean, morbosos lectores, que Felipe cae como cayó la plana mayor en la clásica tentación de echar las culpas al árbitro. No. Un comunista tiene el casco lleno de abolladuras y alguna ha sido hecha por el enemigo. En el eclipse salimos todos desnudos. Es una operación abierta. Y no es un incisivo bisturí sino un basto percutor el que se abre paso por nuestras vísceras.

Noviembre de 2013, auditorio Marcelino Camacho, Madrid. XIX Congreso del PCE. Diego Valderas ostentaba la vicepresidencia de la Junta de Andalucía y las encuestas daban a IU alrededor del 15%. El coordinador federal, Cayo Lara, sube a la tribuna y lanza una pregunta retórica que suena como una pedrada en un portón: ¿queréis gobernar? A los pocos segundos del impacto algunos delegados responden con brío: ¡sí! Aquella solemne escena confirmó la hegemonía de las tesis derrotadas en la IX y X Asamblea de IU. O dicho de otra manera: la gestión de las tesis victoriosas a manos de los realistas, a saber, los aparatos, que son los que saben de política real y concreta frente a los intelectuales de postín que venden humo y los jóvenes izquierdistas a los que les falta un hervor todavía y están bien en el quinto puesto de las listas, pegando carteles o escribiendo en blogs. No se trataba de construir una Alternativa con vocación de mayorías en un contexto de crisis de régimen, sino de crecer para pactar en condiciones dignas con el PSOE y atraerlo a posiciones de izquierdas. Partiendo de esta posición neocarrillista íbamos bien, de lujo, como reflejaba nuestro crecimiento en las encuestas, por lo que el nacimiento de Podemos solo podía tratarse de una maniobra del poder para evitar nuestro asalto a las vicepresidencias de las comunidades de Madrid y Valencia. Y ya se sabe: ante un enemigo externo, prietas las filas y repliegue interno. IU era un partido, con sus siglas y sus cosas, lo que suponía de facto la muerte del PCE, por cierto, y el obstáculo principal para la Unidad Popular era un acuerdo jurídico para entrar en las Diputaciones, a las cuales queremos suprimir. Unidad Popular, dicho sea de paso, a la que hoy apelan algunos con la misma vehemencia con que la rechazaban hace escasos meses. Sálvese quien pueda.

El resto, hasta aquí, ya lo sabemos. Sin embargo, el partido no ha terminado. Vamos perdiendo, pero el empate catastrófico todavía es posible; podemos lograr una prórroga. Está el cristal, ese eclipse gráfico, entre los labios de Monica Vitti y Alain Delon. Está la amenaza de que la política se convierta en un gigante plató electoral, disputado por una especie de bi-bipartidismo centrípeto. Pero cambia, todo cambia, al menos desde Heráclito. Novelas como Eclipse rojo nos ayudan a comprender los cambios y, luego, a dirigirlos en un sentido emancipador.

lunes, 26 de octubre de 2015

Amancio Ortega, un marxista


 "Nadie se hace rico con su propio dinero" (Frank Seymon)

Fue interesante ver las distintas reacciones ante el encumbramiento de Amancio Ortega como hombre más rico del mundo. No me refiero tanto a quienes se sintieron parte de la hazaña (al ser elevado a héroe nacional hay un poco de todos nosotros en él), sino a quienes se indignaron, no sin razón, al tratarse de un tipo que se sirve de esclavas de 13 años en Bangladesh. Cómo se reiría si os leyera. Porque Amancio es como el gánster de True Detective II: un capitalista que ha leído a Marx y al venir de abajo sabe que no hay margen para cuestiones morales: o comes, o te comen. Por eso el cine negro (de izquierdas por definición según el columnista de El Mundo Raúl del Pozo) y de mafias es la máxima expresión del funcionamiento del poder económico. "No hay riqueza inocente", dijo el recientemente fallecido Rafael chirbes.

martes, 20 de octubre de 2015

Debate de Salvados: no gana Albert Rivera; pierde Pablo Iglesias


Ayer viendo el debate se me vino a la cabeza esta escena de Aprile, la película de Nanni Moretti. En ella, el bueno de Moretti se indignaba frente a su televisor porque il cavaliere Berlusconi se estaba merendando a su candidato, el impasible D'Alema, incapaz de llevar el ritmo del debate. Tiene gracia porque es la misma escena que mencionaba Pablo Iglesias en sus charlas sobre comunicación hace tan solo 3 o 4 años cuando era conocido en su casa a la hora de comer y poco más. Anoche no ganó Rivera; perdió Iglesias. Reconoció estar cansado y transmitió agotamiento (la expresión corporal nunca miente y poco se puede hacer, pero lo primero es un error de bulto); a ratos fue tan a remolque que se limitaba a dar la razón a Rivera (solo le faltó pedir el voto para él, aunque hizo la pertinente gracia al respecto); su formato de retórica se venía abajo con cada interrupción de Rivera, que sentenciaba con frases simples y directas en forma de titular; y cometió el tremendo fallo de reconocer, legitimar y potenciar el relato de Ciudadanos: un “cambio” sensato y solvente, capaz de cuadrar las cuentas. Jordi Èvole tuvo que interrumpirlo para que lo repitiera… En fin, se lo jugaron todo a la carta mediático-electoral y resulta que el poder consiguió neutralizarlos en tan solo un par de meses, poniendo a unos que juegan a lo mismo pero son más listos y más guapos. Y lo peor es que uno ni siquiera puede alegrarse de las desgracias de quienes se alegran de tus desgracias porque el avance de Ciudadanos, aunque no sea solo el partido del IBEX 35, es una mala noticia. Una mala noticia porque están llamados a ser el puntal del régimen del 78 que ya inició su propio proceso de Restauración en sentido oligárquico y que probablemente culminará con una reforma constitucional: aunque cambien algunas caras por arriba, se seguirá crujiendo a los de siempre, a los de abajo.

martes, 29 de septiembre de 2015

Elecciones catalanas: ¿el suicidio de Podemos?



Leo que la mayoría de los análisis sobre las elecciones catalanes, aceptando matices, van todos en la misma dirección: Mas aguanta, Rajoy se hunde, el PSC se mantiene, Podemos sale tocado y los verdaderos ganadores de la contienda son los de Ciudadanos. Esta lectura, aun siendo cierta, me parece limitada. Hay una variable que quizás sea la más importante de todas para analizar los resultados, asumida implícitamente por todos desde el primer momento: a pesar del ruido mediático, esto no ha sido más que un calentamiento para las elecciones generales. Por una parte, el bloque independentista (o más bien su dirección) utilizará su fuerza para arrancar un concierto fiscal al nuevo Gobierno de Madrid o incluso un Estatut, y por otra parte los partidos de ámbito estatal intentarán que la “cuestión catalana” les beneficie o les perjudique lo mínimo posible.

Rajoy sale moralmente derrotado, bordeando lo ridículo, pero esto no significa absolutamente nada. De hecho, el escenario de confrontación y polarización que cuajó el domingo le conviene. Sabían perfectamente cuáles eran sus posibilidades y cuáles serían las consecuencias de la estrategia de la tensión, pero asumían sacrificar Cataluña para ganar España. El nuevo marco de debate será el de la unidad nacional frente al separatismo catalán, con un coreo de declaraciones subidas de tono de ambas partes que se retroalimentarán como lo han hecho hasta ahora. La política del Gobierno en materia económica o social ahí no cabrá, por lo que la batalla crucial consistirá en quién impone los términos y el terreno de debate. Con un problema catalán, que a pesar de lo mucho que tiene de paripé es real, in crescendo, y el dominio de la agenda de los medios de comunicación, el PP tiene todas las de ganar, aunque se las tendrá que ver con el PSOE y Ciudadanos.

Los de Pedro Sánchez se mantienen en Cataluña pero salen reforzados en el resto de España, gracias a su posición contundente del NO en ambos casos. Parece que han aprendido la lección de sus devaneos con el nacionalismo que lo amenazaron con convertirse en un partido marginal. No obstante, y a pesar de salir reforzado, tiene difícil la carrera para ver quién se erige en más y mejor representante de la unidad nacional en un nuevo marco en el que tanto el PP y como Ciudadanos se sienten más cómodos. No bastará con una mera americanización de su puesta en escena y con una buena asesoría de marketing, tendrán que surfear con éxito y conseguir que su propuesta de “reforma” no le quite votos en Andalucía, por simplificarlo de alguna manera.

Una semana antes de las elecciones puse aquí mismo (perdón por la autocita): “El voto antisistema, el voto anti-Artur Mas, es decir, el voto de la mayoría social catalana que no puede permitirse ir a ver la final de la Copa del Rey para pitar el himno, es para Ciutadans”. Tanto ha sido así que el antiguo cinturón rojo se ha vuelto naranja. El éxito es doble, dentro y fuera, ya que han conseguido representar el sentir mayoritario en Cataluña y especialmente en el resto de España. Después de su épica subida en supuesto terreno hostil y ante el fracaso del PP y la falta de brillo del PSOE, ¿quién puede exhibir más legitimidad a la hora de poner orden con los de Artur Mas? ¿Quién es capaz de llevar con más coherencia su línea política nacional fuera de Cataluña?

Hay quien afirma que en las elecciones catalanes murió lo que quedaba de Podemos. Hubo quien dijo, con cierto sentido, que los Ahora Madrid o Barcelona en Común, sin serlo en sentido estrictamente partidista, eran el Partido Orgánico de Podemos, ya que para la gente aquello representaba el “espíritu Podemos”. Catalunya sí que es pot era algo parecido pero distinto: un frente de izquierdas creado a partir de pactos entre las cúpulas de Podem, ICV y EUiA. A pesar de que esto era nítidamente contrario al “espíritu Podemos”, ya se encargaron sus dirigentes de monopolizarlo y decir: “Esto es Podemos”. Es normal que la gente atribuya el fracaso a Podemos; en la noche de las elecciones, todos los partidos tenían a su representante catalán sentado en la mesa de laSexta, salvo CSQEP, que mandó al ínclito Íñigo Errejón. Intuyo que su participación se apalabró con antelación y no le quedó más remedio que ponerle cara al fracaso. Estas cosas a veces pasan.

Lo peor no fue el resultado en sí, pues se veía venir teniendo en cuenta que la derrota de la izquierda frente al sentir nacional y la forma del Estado es estratégica, no coyuntural (y en esto somos responsables todos). Mi mayor temor hacia Podemos desde su nacimiento era que apuntalaran los dos errores ya históricos que hacen de la izquierda transformadora algo exótico y marginal: el europeísmo bobalicón y la nefasta por inexistente política nacional. Por eso lo peor no fue el resultado en sí, sino el relato estratégico de salida ante esos malos resultados: Pablo Iglesias apela al sentido de Estado y se erige como el presidente que facilitará un referéndum vinculante en Cataluña. Ante esto se me vienen a la cabeza dos hipótesis:

- No se ha enterado de que su ambigüedad con el nacionalismo catalán le ha restado votos en Cataluña pero en el resto de España le puede hundir directamente. Con suerte, confía en que para las generales ganaría el “voto útil” proreferéndum en Cataluña; algo difícil pero en cualquier caso insuficiente.

- Realmente se cree lo del sentido de Estado y no le importa sacrificarse en aras de la estabilidad política, tal y como hizo Santiago Carrillo en la llamada Transición.

O quizás los dirigentes de Podemos simplemente sean rehenes de los lastres ideológicos de la izquierda madrileña, influenciada por la catalana, en la que se mezclan una suerte de democratismo y voluntarismo. Si piensan que pueden doblegar al capital con giros lingüísticos y neuropolítica, cualquier cosa es posible, en este caso ir detrás de la burguesía catalana, ya que como dijo David Fernández “las elecciones son la máxima expresión de la democracia”. Bien lo sabe Tsipras. Y es que el problema de Podemos no es, como dicen, que hablaran de problemas sociales y no tomaran partido en un escenario polarizado por el sí y el no. El problema es que sí tomaron partido y asumieron el marco impuesto por la burguesía nacionalista; derecho a decidir, referéndum, democracia… Todo un debate viciado en el que hasta los términos de éste eran funcionales en cualquier caso a los de Artur Mas. Dicho de manera clara, y asumiendo que el fracaso es conjunto: hicieron de pardillos.

Los tics izquierdistas infantiles se vuelven a imponer, cosa que agradecen los buenos chicos de las CUP, que irán a disgusto por semana aproximadamente. Atentos al espectáculo que se avecina.

Los trabajadores sí tienen patria. Los trabajadores, en la UE del euro, necesitan un Estado fuerte. Los trabajadores, viendo que todos están de acuerdo con el “derecho a decidir” de manera injusta e insolidaria, entre otras cosas, el dinero con el que se pagan subsidios y hospitales, necesita un proyecto político nacional de clase. La pregunta crucial sigue siendo la misma: ¿dónde está el verdadero poder: en la Moncloa o en la banca alemana?

Estamos tan mal que esto puede sonar incluso reaccionario, cuando desde una óptica estrictamente marxista no hay alternativa. La verdad es concreta, retengan este dato: el cinturón rojo donde antes arrasaban el PSUC y el PSC se ha vuelto naranja. No sé si es más mérito de ellos o demérito nuestro. Analicemos el arco parlamentario en coordinadas de izquierda/antiausteridad – derecha y tomemos nota de la que tenemos encima.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Continúa la fiesta catalana



No hay tregua. Rajoy sigue haciéndole la campaña a Artur Mas, antes con la Merkel y ahora con Obama. Solo le falta llamar al Hermano Mayor para dar imagen de control y normalidad. Al menos los asesores del PPC tienen la idea clara: para que parezca que su candidato no es tan torpe, sacan a otros más torpes; Morenés hace de poli malo y Albiol de poli bueno, rebajando su perfil de radical. A río revuelto ganancia de pescadores, y ya están esperando con la mano puesta en Madrid los frutos de una tensión que solo favorece a Rajoy y Artur Mas. Éste solo tiene que poner a funcionar la maquinaria engrasada durante décadas, de los medios de comunicación a las redes clientelares, pasando por la intellingentsia, es decir, las élites culturales e intelectuales procedentes de todos los sectores ideológicos, cooptadas a golpe de cargos y reconocimientos institucionales.

Y es que no se puede entender el esperpento catalán sin atender a la maestría de Pujol en esto. Primero fundó un banco, luego el partido; a partir de ahí, el resto viene dado. Si la gran obra de Margaret Tatcher fue Tony Blair, qué podemos decir de la herencia política de los Pujol. Liquidan el PSUC y crean Iniciativa per Catalunya, que con ese nombre parece normal que Rafael Ribó se posicionara contra Anguita cuando éste criticaba al molt honorable en los duros términos que se merecía. Hasta el viejo militante e historiador Josep Fontana pareció pedir una especie de extremaunción intelectual al decir poco menos que el pueblo catalán es históricamente superior a los castellanos.

Poco se puede decir del PSC, por mucho que su candidato, conocido a la hora de comer en su casa y en labores de fontanería dentro del partido, intente colarse en los medios de comunicación como buenamente puede, o sea bailando, cosa que me parece lo menos grave de toda la campaña catalana, dicho sea de paso. Y no mucho más puede decirse de ERC, que cumple a la perfección el papel que históricamente ha cumplido de sujetar velas a cambio de una parte del pastel. Su líder podría haber liderado el procés, pero cuenta con un defecto tan entrañable como imperdonable en el arte de la politiquería: a diferencia de Mas, se lo cree. Tanto es así, que aceptó la lista única y su papel secundario porque Mas le dije que o eso o no había elecciones. Todo por la Patria.

Mención aparte merece la CUP, los independentistas de “extrema izquierda” que presidieron la comisión de investigación del caso Pujol y siguen sin rascar bola en los barrios obreros del cinturón rojo. No por casualidad, la independencia es una cuestión prioritaria solo entre los catalanes ricos, pero supongo que esta es una cuestión menor, un detalle sin importancia. Ahora andan acusando de “etnicista” a un Pablo Iglesias que se atrevió a mencionar a los catalanes de origen andaluz y extremeño. Supongo, de nuevo, que priorizar la cuestión nacional e ir detrás de una burguesía corrupta y xenófoba, solo por el hecho de ser catalana, es una estrategia revolucionaria alejada de cualquier “etnicismo”.

Luego están los de Catalunya sí que es pot, a los que yo votaría, que es un frente de izquierdas, es decir una sopla de siglas (Podem, ICV, EUiA y EQUO) que intenta ocupar un espacio intermedio. La candidatura nace con limitaciones importantes por su propia confección, que se acrecientan cuando sus buenos chicos no pueden quitarse la camisa de cuadros de académicos y sacan a relucir su ambigüedad. Esto quizá se entienda analizando las influencias intelectuales de una parte de sus dirigentes y portavoces, prestados a un voluntarismo que ve en el nacionalismo burgués el tren hacia la "ruptura democrática". Con una pizca de suerte y democratismo tendremos algo peor que la tragedia griega, y luego los unos mirándonos a los otros. Aun así, Pablo Iglesias lo intenta, le dice a Artur Mas que le va a dar látigo, pero su relato no llega a calar: por un voto que le gana a la CUP, pierde otro hacia el PSC y dos hacia Ciudatans. Y es aquí donde acaba la gracia de la campaña: el voto “antisistema”, el voto anti-Artur Mas, es decir, el voto de la mayoría social catalana que no puede permitirse ir a ver la final de la Copa del Rey para pitar el himno, es para Ciudatans. Tiene narices.

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