martes, 3 de diciembre de 2013

En la cárcel y asustados



Cuentan los viejos comunistas que durante el franquismo temían más las comisarías y las dependencias de las fuerzas represoras que la propia cárcel. Una vez que te detenían te llevaban a la Dirección General de Seguridad o a cualquier calabozo donde te torturaban hasta la muerte o, en el mejor de los casos, hasta arrancarte algo de información. El suplicio era tal que el mero hecho de llegar a la cárcel suponía un alivio. Algo parecido nos pasó tras la llamada Transición, prueba de ello es que solo se puede defender esta ‘democracia’ si se compara con lo anterior. Estamos mal, pero peor estábamos antes y peor podíamos estar.

Más vale ser temido que amado, decía Maquiavelo. Y el hoy recurrido Gramsci decía, leyendo al florentino, que el poder se mantiene mediante la fuerza y el consenso; mediante la represión y la dominación ideológica, de manera dialéctica. Cuanto menor sea la segunda, mayor será la primera. Es en tiempos de crisis de hegemonía cuando el poder saca su verdadero rostro. Que nadie se engañe: la oligarquía financiera eliminaría de un plumazo cualquier rastro democrático siempre que sus intereses peligren y la correlación de fuerzas se lo permita. Solo en este sentido podemos entender la “ley Anti 15-M” y todo lo que queda por venir, que no será cualquier cosa.

Pero tampoco nos equivoquemos. El franquismo sociológico sigue pesando como una loseta en una parte nada desdeñable del pueblo español hoy como hace una, dos, tres o cuatro décadas. Hay quien dice que el éxito del franquismo sigue siendo la monarquía, los partidos fundados por sus ministros, las calles enalteciendo a sus generales y, en definitiva, el famoso “atado y bien atado”. Y no es que no sea cierto, pero hay algo mucho más profundo que todo eso: el miedo a la política. Para ser exactos, el miedo a la política de izquierdas, por catalogarla de alguna manera.

Esa impronta, muchas veces teñida de ideología antipolítica, sigue siendo el mayor arma desmovilizadora. Cuando Rajoy –o el politiquero de turno- habla de mayorías silenciosas tiene razón: con la que está cayendo sigue habiendo un alto porcentaje de gente que no se mueve. Y quien no se mueve no puede sentir las cadenas. Es cierto aquello de que no se puede ser neutral en un tren en marcha ya que, en una guerra –de clases- o se está con unos o se está con otros, del mismo modo que o se es parte de la solución o del problema. Y la gente que se moviliza sigue siendo una parte ínfima de los afectados por la crisis o de quienes objetivamente son golpeados por el sistema ya sean tiempos de crisis o de bonanza.

Cuando tocó nos pusieron a un Guardia Civil en cada esquina y luego, también cuando tocó, los cambiaron por el control de toda la opinión publicada. El dominio ideológico, de la mente, es mucho más poderoso que el dominio militar ya que éste es fácil de identificar. Lo decía Malcom X y lo podemos extender a todos los aparatos ideológicos del Estado: si no estamos prevenidos ante los medios de comunicación, nos harán amar al opresor y odiar al oprimido. Y así nos acostumbramos a tragar entonando el Virgencita que me quede como estoy, mientras intentábamos pisar al de abajo y al de al lado. Por eso en 1936 el pueblo español consciente salió a la calle a defender la democracia armas en mano, mientras que en 1981 se escondió debajo de la cama y a día de hoy se siguen escuchando voces asustadizas que dicen: No te metas en política. No te marques. No te metas en líos.

Por todo esto, “que el miedo cambie de bando” no es solo una canción o una simple consigna, sino toda una declaración política. Hasta que pensar, debatir, organizarse y movilizarse no sean hábitos normalizados en nuestra vida social, seremos idiotas en el sentido etimológico del término: personas que solo nos preocupamos de nosotros mismos sin prestar atención a los asuntos públicos y políticos de nuestro alrededor. Y los idiotas no damos miedo. De ahí la importancia de las movilizaciones y de todos los actos de rebeldía organizada como por ejemplo los escraches: si quienes legislan no sufren los recortes, que sufran al menos las protestas de los recortados.

Esto empezará a cambiar cuando demostremos que esa oligarquía financiera, representada por el bipartidismo, no es más que un tigre de papel que si amenaza con leyes represoras es precisamente para ocultar su debilidad.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cabalgar la antipolítica



Esta mañana fui a la sede para arreglar unas reclamaciones por el tema de las cláusulas suelo. Poco antes de salir por la puerta me encargaron la tarea de pegar unos carteles que anuncian un acto sobre la reforma de las pensiones, cuya cabecera dice: “hay salidas para la crisis”. Había pegado unos doce y me quedaban tres. Recién pego el décimo tercero, se me acerca un hombre de unos treinta y pocos años. Por su ropa –manchada de alguna “chapucilla”-, sus manos trabajadas y su manera de hablar, deduzco que de clase trabajadora-baja; un currela. Estábamos en uno de los clásicos “barrios obreros” de Granada, no hay fallo. El caso es que se me acerca y me pregunta, de manera un tanto beligerante:

-¿Compadre, hay salidas para la crisis?
-Claro que hay, hombre –le respondo sorprendido.
-Pues dame un trabajo –me replica sin dejarme explicar.
-No es tan fácil, yo no tengo una lámpara mágica… -caigo en la cuenta de que en el momento en que tengo que justificarme lo tengo todo perdido.
-¿Cuánto te pagan por pegar carteles? –me pregunta como si le debiera algo.
-A mí nada, hombre…
-No me lo creo –me espeta interrumpiéndome.
-Claro, hombre. Esto se hace por vocación militante. Por intentar ayudar a la organización y a la gente.
-Um…
-De hecho más que ganar, pierdo dinero y lo que es peor, mucho tiempo.
-¿Entonces tú a qué te dedicas? –pregunta sorprendido y con aires de desprecio.
-Soy estudiante. Estudio Ciencias Políticas y de la Administración.
-Ah, ya quieres enchufarte tú también a meter la mano.
-¿Tú crees que alguien que se dedica a pegar carteles, perdiendo tiempo y dinero, aspira a ser un corrupto más? Si eso, estaría en otros sitios.
-Todos son unos corruptos –afirma con altivez de sabio o ignorante.
-No hombre, no. Eso lo suelen decir quienes llevan toda la vida votando a los mismos y ahora, a la vejez, se han enterado de a quiénes vota –reflexiono un momento para intentar reconducir la conversación antes de que sea demasiado tarde y me dispongo a poner el ejemplo que nunca falla: Anguita.
-¿Es que el González no era un corrupto?
-El González y su gente puede, pero eso no significa que todos lo sean.
-¿Y el Anguita, es que no robaba? –me interrumpe.
-Qué va, qué va… -me río consciente de que estaba buscando papas en un rastrojo de maíz y sigo mi camino con un “hasta luego, compañero”.

Cuento esto porque me parece una estampa representativa del lumpenproletariado de polígono o periferia; del proletariado en harapos, caldo de cultivo para el fascismo, que se venderá a la reacción, ya sea ésta representada por un militar golpista o por un tecnócrata, dada la brutal degradación de sus condiciones materiales y su falta de conciencia (de clase).

Del mismo modo, es un caso que refleja perfectamente cómo canaliza la ideología “antipolítica” que nos inoculan –principalmente- desde los medios de comunicación, el descontento y la indignación del pueblo llano hacia posiciones reaccionarias. El “todos son iguales” tiene un mensaje claro y directo al bajo vientre: no hay Alternativa. Los que están son malos pero quienes vengan detrás, independientemente de quienes sean, serán iguales o peores. Porque la corrupción es inherente al ser humano, egoísta por naturaleza, no tiene nada que ver con el sistema y la forma de organizar el poder en éste.

¿Conclusión? Si no somos capaces de canalizar la indignación de los currelas que ven HyMyV, de quienes aspiran a volver a 2005 para comprarse un coche con llantas o de las chonis y canis (utilizo ambos términos sin connotaciones despectivas, únicamente como intento de catalogación), estamos perdidos. Centrarse en la Universidad, a la que sigue sin ir una parte importantísima de clase obrera (que, como paradoja, viste zapatillas Nike y ropa interior Hike), en los funcionarios y en eso que los liberales llaman “clases medias”, es un error. Es la clase obrera, por sus niveles de explotación, disciplina y organización (por la posición que ocupa en el proceso productivo), quien debe dirigir un proyecto revolucionario o transformador. No nos engañemos: la única revolución que hizo la ‘clase media’ fue en Alemania, en 1933.

miércoles, 16 de octubre de 2013

El papel del Partido (I)



El PCE nació en 1921, poniendo de relieve el cisma que se abría años antes en el seno del movimiento obrero debido, entre otros factores, a la deriva ideológica de una socialdemocracia que por aquellos entonces ya había apoyado una guerra de rapiña y golpeado hasta la muerte a Rosa Luxemburgo. Un año antes, en su II Congreso, la Internacional Comunista declaraba que una de las tantas funciones del Partido Comunista era la participación de sus militantes en las “organizaciones apartidarias”. La Historia del PCE, así como la del movimiento comunista en general, daría para escribir no ya libros sino bibliotecas enteras, por lo que únicamente destacaré esa característica del Partido Comunista.

Sobra decir –pero nunca está de más recordarlo- que vivimos tiempos de excepción, de emergencia política, social y económica, puesto que el régimen apuntalado en 1978 da síntomas ineludibles de debilidad, por mucho que sus representantes achiquen agua entre codazos como los náufragos de Alfred Hitchcock. El bipartidismo, la monarquía o el descrédito de la justicia ponen de manifiesto una crisis de legitimidad, inédita en 30 años. Y esto, en sí, no tiene porqué ser necesariamente una buena noticia, es decir, esto no conducirá de manera automática e inevitable a una ruptura democrática; más bien al contrario, salvo que la correlación de fuerzas sea favorable. Pero si algo hemos aprendido de la Historia es que los comunistas somos gente de excepción. Dicho rápidamente: es imposible que en tiempos de “bonanza” un proyecto revolucionario conecte con una buena parte de las clases trabajadoras. Cuenta la leyenda que Mario Puzo, el escritor de El Padrino, dijo que “el Estado de bienestar es un soborno necesario para evitar la revolución de los pobres”. Todo esto quiere decir que tenemos el deber histórico de aprovechar esta “ventana de oportunidad”.

Retomando y dando un salto en el tiempo. Cuentan los más mayores que el PCE se convirtió en el gran bastión antifranquista porque allí donde había un grupo de personas ajenas o no a la política, había un comunista. No les hacía falta decir que eran comunistas, ni llevar símbolos; eso se sabía. Eran los que más se preocupaban por sus compañeros, sus vecinos, los más trabajadores, los más estudiosos y, en definitiva, los “más apañados”. O al menos eso intentaban. Tenían claro lo que decía el Che Guevara cuando hablaba de qué debía ser un joven comunista: un ejemplo para los compañeros.

Estaban presentes en las universidades, en las fábricas –incluso en los sindicatos oficiales-, en los barrios, en las asociaciones de vecinos, en todos aquellos lugares que vertebran eso que los liberales llaman “sociedad civil”. Estaban, en definitiva, en contacto permanente con la gente humilde; ni eran ni pretendían ser representantes en el sentido banal que hoy se tiene de esta palabra, simplemente ‘eran gente’. Como cuenta alguno de esos mayores, el Partido te mecía en la cuna y te llevaba a hombros hasta el cementerio. Estaba presente en tu vida y tú podías estar en la suya sin necesidad de acercarte a una “sede”.

Fue esto, que podemos llamar “tejido social”, lo que se perdió en y a partir de la llamada Transición. Un sacrificio en aras de la participación en las instituciones (parece ser que así se entendió únicamente la legalización) que nos llevó a una terrible crisis que solo pudo resistirse, mal que bien, con la creación de IU como movimiento político y social que llegara precisamente a esos sitios donde el PCE ya no podía llegar.

Saltándonos de nuevo miles de cuestiones y conflictos nos encontramos hoy día con el gigantesco reto histórico de dirigir un proyecto rupturista, nítidamente anticapitalista, federal y republicano,  elaborado colectivamente con la clase trabajadora en alianza táctica con sectores populares; un Bloque Político y Social que, sin estar subordinado a los trámites electorales e institucionales, haga suya la definición de comunismo como movimiento real que anula y supera el estado actual de cosas. A mi parecer, esto exige la ratificación de algunas cuestiones pero el replanteamiento de otras, teniendo siempre en cuenta que un Partido Comunista no es un partido cualquiera.  La presencia y el papel de éste en la vida social es una de ellas. Al fondo, las grandes preguntas de siempre, cuyas respuestas tenemos que tener minuciosamente claras: ¿Qué, cómo y con quiénes? Al menos sabemos el dónde y el cuándo: Aquí y ahora.

jueves, 3 de octubre de 2013

La pobreza antes y después de la caída de la URSS


Datos del Banco Mundial. Pincha en la imagen para ampliar.

martes, 24 de septiembre de 2013

¿Que qué haría yo? Ser demócrata y patriota



Escena de La tierra tiembla (1948) de Luchino Visconti
 
Que los muy ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres es una evidencia que difícilmente alguien será capaz siquiera de intentar negar. Baste un ejemplo sencillo: el 1% de los españoles más ricos recibía el 7,5% de los ingresos en 1981; hoy, ese 1% recibe más del 11%. Con la crisis, esta tendencia de acumulación no solo no ha disminuido sino que se ha ido acrecentando de tal manera que nos encontramos una sociedad radicalmente polarizada en términos socioeconómicos. El último ejemplo: el 90% de los hogares más pobres tiene el 58,1% de la riqueza, mientras que el 10% de los hogares más ricos tiene el 41,9% de la riqueza restante. Ni tú ni yo estamos entre esa selecta élite o casta financiera: la Duquesa de Alba, Amancio Ortega, Emilio Botín, Juan Roig…

Por eso cuando alguien nos dice que tenemos que remar todos juntos automáticamente debemos pensar que ese alguien pertenece a la selecta élite del 10%, o bien al servicio de ésta (la servidumbre al desnudo en Django desencadenado). Visto así hay dos salidas de la crisis: la primera consiste en el empobrecimiento masivo del 90% de los hogares más pobres, volviendo a unas condiciones laborales de principios del siglo pasado y a la pérdida de los derechos sociales conquistados durante siglos por el movimiento obrero; la segunda, en forma de ruptura democrática, consiste en un nuevo reparto de poderes que quede plasmado en un nuevo marco político-institucional, es decir, en unas nuevas reglas del juego recogidas, en última instancia, en una nueva Constitución que sea la fotografía de una nueva correlación de fuerzas entre el 90% de los hogares más pobres y el 10% de los hogares más ricos.

Dicho aún más claro: la crisis es una pelea entre la casta financiera y las mayorías sociales donde la primera se juega sus privilegios y las segundas poco menos que la supervivencia. Independientemente del resultado de dicha pelea, ya nada volverá a ser como antes pasada la crisis. Sí hay que tener claro desde un primer momento que los privilegios de unos pocos son las fatigas de la mayoría. Los sueldos astronómicos de los multimillonarios, sus cochazos, chalés e incremento de beneficios en plena crisis son la otra cara de los recortes en sanidad, educación o prestaciones por desempleo, de la bajada de los salarios o de las subidas del IVA.

En este contexto, para desquicio de algunos, no proponemos un programa soviético. Cuando nos preguntan qué haríamos nosotros, decimos (sin complejo alguno): ser demócratas y patriotas.

¿Por qué ser demócratas? Porque la democracia consiste en empoderar al pueblo, a las mayorías sociales, a los que sufren los recortes y son cada vez más pobres. Y empoderar al pueblo no es una consigna retórica o etérea, es dotarlo de derechos sociales y democráticos; derechos laborales decentes, una pensión mínima de 1000 € o una verdadera educación pública y gratuita.  Por otra parte, significa desempoderar a la casta financiera, decirles: ahora vais a sentir aunque sea una pequeñísima parte de la presión y el miedo que siente una ama de casa cada semana al hacer la compra teniendo que hacer malabares para ajustar cuentas.

¿Y por qué ser patriotas? Porque quienes condenan al pueblo español a la miseria, al paro y a la desesperación, vendiendo cachitos del país a los bancos alemanes (véase la reforma del art. 135 de la Constitución), no son patriotas por muchas banderitas que lleven en las muñecas. Son patrioteros, que es muy distinto, pues su única patria es el bolsillo o, como mucho, Suiza. Los patriotas somos quienes luchamos por conquistar la democracia real y la soberanía nacional y popular, que se traducirán en derechos sociales, económicos y políticos. Y esto tampoco es una consigna retórica, es decir que la sanidad o la educación de nuestro pueblo va antes que pagar una deuda ilegítima a los bancos alemanes o nacionalizar sectores estratégicos de la economía para que éstos estén al servicio de las mayorías sociales y no al servicio de un grupo muy reducido de privilegiados.

martes, 10 de septiembre de 2013

Montoro es sinvergüenza pero no tonto

Y esto es lo que pasa cuando quienes recortan no solo no sufren esos recortes sino que viven en otra realidad radicalmente distinta a la de quienes son recortados. "España es el éxito económico del mundo", dice. Y en buena parte tiene razón: quienes no han provocado la crisis la están cargando sobre sus espaldas mientras la casta política, representante de la casta financiera -que son quienes mandan de verdad-, está saliendo de rositas e incluso mejor que antes de la crisis. Despertemos... Despertemos.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Siria y el moralismo de la izquierda nini




La política es tomar partido. Tomar partido significa posicionarse, y posicionarse significa asumir contradicciones, ya que vivimos en un sistema atravesado por contradicciones (capital/trabajo es la madre de todas ellas). Esto no quiere decir que tengamos que dejarnos absorber por una especie de pragmatismo ‘cortoplacista’ o esconder nuestra falta de principios bajo la bandera de la realpolitik. Esto quiere decir, en resumen, que la política es algo extremadamente complejo imposible de entender desde una posición moralista, situados además en una cómoda atalaya alejada de la realidad, es decir, del conflicto.

La bandera ondeando es solo la dimensión más superficial y banal de la política: detrás de cada victoria, de cada derecho conquistado por la clase obrera, hay un sinfín de contradicciones. Lenin viajó en el famoso “tren precintado” que le pusieron sus enemigos alemanes para desestabilizar al gobierno ruso y luego hizo la NEP, un paso atrás (para dar dos hacia delante); el pacto Ribbentrop-Molotov, imprescindible para ganar tiempo y poder librar al mundo de la barbarie nazifascista; o, simplemente -dando un salto en el tiempo-, Chávez prestando servicios sociales a su pueblo gracias a un recurso nada ecológico como es el petróleo, vendiéndolo, para más inri, a gobiernos difícilmente asumibles desde una posición moralista de izquierdas. Lo dijo el Che Guevara, un revolucionario movido por el amor que era el primero en ejecutar acciones de guerra: quien esté esperando una revolución “pura”, que espere sentado.

En última instancia la política significa acumular poder, por lo que la capacidad política de una organización está determinada por su capacidad para construir mayorías y acumular poder. Una organización puede tener los análisis más sesudos, los cuadros intelectualmente más capaces y el programa o el discurso más revolucionario de la Tierra y aun así ser insignificante, no aportar nada. Podrá dar sermones izquierdistas y hacer a cada paso una declaración de principios: está tan alejada del conflicto que jamás tendrá que cabalgar contradicciones (frase de García Linera, no de Pablo Iglesias, por cierto). Lo dijo Mao Zedong: salvo el poder todo es ilusión.

Todo esto es importante y no viene mal (nunca) porque a la hora de analizar un conflicto debemos hacerlo con los pies en el suelo si no queremos errar en el análisis y por tanto en el diagnóstico. Más aún si queremos analizar un conflicto cruzado por intereses geoestratégicos o séase, imperialistas.
No ahondaré en algunos detalles por cuestiones de tiempo, espacio y, sobre todo, porque ya lo han hecho cantidad de personas. Y también, dicho sea de paso, porque ando sin internet, escribiendo ‘a pelo’, lo que tiene al menos una ventaja: seré breve y no me perderé en detalles escabrosos sobre lo que dice una noticia que a su vez recoge de otra noticia que a su vez…

Hay dos factores importantes a tener en cuenta antes de empezar a analizar cualquier conflicto concreto:

-          El mundo vive una transición geopolítica, donde EE. UU. es susceptible de ir perdiendo poco a poco su potencial hegemónico en aras de, al menos, un mundo multipolar.
-          La guerra (y la economía de guerra) es una salida obligatoria para el capitalismo en crisis.

Por una parte, Siria, más allá de todos los errores que pueda cometer, es un país soberano e independiente que desde hace décadas no se somete a los dictados de Washington (y además no ha invadido ningún país, importante matiz). Da la casualidad de que se ubica en una zona concreta en la que se encuentran otros países en el punto de mira estadounidense. Sin entrar siquiera en los recursos naturales sirios o en que dentro de tres años, en caso de invasión, veríamos noticias del tipo “el 95% de las empresas multinacionales que están reconstruyendo Siria son estadounidenses”. Lo peor de todo es que aun habría gente que se sorprendería. De hecho, gente que vio una Revolución en Libia hoy se sorprende, no sé con qué grado de sinceridad, del retroceso que supone el actual gobierno libio.  Gajes de las “primaveras árabes” o de ver revoluciones en todas partes y a todas horas (¿acaso será eso aquello de la “revolución permanente”?).

Con este somerísimo y precario repaso imagino que no hará falta decir que no se trata de una “intervención humanitaria” sino de una guerra imperialista por el control de los recursos naturales  y el control geopolítico de una zona concreta para equilibrar la balanza a favor en un contexto de tensiones interimperialistas (a Rusia no le mueve el internacionalismo proletario, no).

Si simplificamos –sin que sirva de precedente- para que todo el mundo entienda el conflicto, deberíamos decir que por una parte están los invasores yanquis y sus mercenarios ‘sirios’: los llamados “rebeldes”, que lo mismo portan banderas de Al Qaeda, que se comen corazones humanos en directo o utilizan armas químicas (ya no lo puede ocultar ni el ABC) más la inestimable ayuda (por el momento solo diplomática) de las potencias occidentales “democráticas”; en España con el PSOE a la cabeza pidiendo una intervención sin ni siquiera el aval de la ONU. Por otra parte tenemos a la resistencia antiimperialista (esto no los convierte en comunistas, ya) encabezada por el Presidente Al Assad, apoyado por la inmensa mayoría de los sirios como reconocen estudios ‘internos’ de la propia OTAN.

Delimitados los bandos en conflicto es ahora cuando interviene la parte fea y gris de la política, cuando hay que tomar partido, cuando hay que posicionarse y cuando hay que asumir contradicciones. Aunque también podemos invocar de manera etérea al “pueblo”, sin saber muy bien qué es eso y practicar una especie de tercerposicionismo moralista ni-ni: ni con la intervención imperialista ni con la resistencia –encabezada, guste o no, por Al Assad-. En ese caso nadie nos podrá ganar en una escala moral ya que no nos juntaremos con alguien con el que compartimos poco o muy poco (de hecho no nos juntaremos con nadie porque estamos esperando una revolución pura: Chávez era un militar, Cuba debe cambiar radicalmente; las burocracias, las represiones…). Una lástima que eso signifique equiparar a ambos bandos -perjudicando así al más débil- convirtiéndonos en cómplices útiles. Y sí, cómplices: si en mi puerta acuchillan a un vecino y no intervengo o le cuento a la policía que los dos tienen la culpa soy cómplice, aunque mi vecino me caiga mal o incluso sea mala persona.

Podemos excusarnos en que es muy complejo y en que además, al desaparecer la URSS, es difícil saber quiénes son los “buenos”.  Ambas cosas son ciertas, pero todos coincidiremos en que lo más parecido a la URSS es el bloque de países latinoamericanos progresistas encabezados por Cuba y Venezuela. ¿Qué opinan los gobiernos de ambos países sobre la inminente agresión? ¿Se posicionan? Quizá por eso unos tienen ministerios de Poder Popular y otros una revista. La política es para los valientes: para quienes son capaces de cabalgar dialécticamente las contradicciones.

PD: Durante la República, incluídos los últimos meses de Frente Popular, había una parte del “pueblo” que se oponía a ésta. ¿Es este un motivo suficiente para legitimar la “rebelión” franquista o para, al menos, no posicionarse a favor de la resistencia republicana ya que estaba encabezada por “el PCE de Stalin”? Algunos grupúsculos tienen más libros, relatos y sobre todo cuentos que militantes.

PD: Para hacernos una idea también podríamos preguntarnos incluso qué opina el Partido Comunista de Siria.

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