martes, 24 de septiembre de 2013

¿Que qué haría yo? Ser demócrata y patriota



Escena de La tierra tiembla (1948) de Luchino Visconti
 
Que los muy ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres es una evidencia que difícilmente alguien será capaz siquiera de intentar negar. Baste un ejemplo sencillo: el 1% de los españoles más ricos recibía el 7,5% de los ingresos en 1981; hoy, ese 1% recibe más del 11%. Con la crisis, esta tendencia de acumulación no solo no ha disminuido sino que se ha ido acrecentando de tal manera que nos encontramos una sociedad radicalmente polarizada en términos socioeconómicos. El último ejemplo: el 90% de los hogares más pobres tiene el 58,1% de la riqueza, mientras que el 10% de los hogares más ricos tiene el 41,9% de la riqueza restante. Ni tú ni yo estamos entre esa selecta élite o casta financiera: la Duquesa de Alba, Amancio Ortega, Emilio Botín, Juan Roig…

Por eso cuando alguien nos dice que tenemos que remar todos juntos automáticamente debemos pensar que ese alguien pertenece a la selecta élite del 10%, o bien al servicio de ésta (la servidumbre al desnudo en Django desencadenado). Visto así hay dos salidas de la crisis: la primera consiste en el empobrecimiento masivo del 90% de los hogares más pobres, volviendo a unas condiciones laborales de principios del siglo pasado y a la pérdida de los derechos sociales conquistados durante siglos por el movimiento obrero; la segunda, en forma de ruptura democrática, consiste en un nuevo reparto de poderes que quede plasmado en un nuevo marco político-institucional, es decir, en unas nuevas reglas del juego recogidas, en última instancia, en una nueva Constitución que sea la fotografía de una nueva correlación de fuerzas entre el 90% de los hogares más pobres y el 10% de los hogares más ricos.

Dicho aún más claro: la crisis es una pelea entre la casta financiera y las mayorías sociales donde la primera se juega sus privilegios y las segundas poco menos que la supervivencia. Independientemente del resultado de dicha pelea, ya nada volverá a ser como antes pasada la crisis. Sí hay que tener claro desde un primer momento que los privilegios de unos pocos son las fatigas de la mayoría. Los sueldos astronómicos de los multimillonarios, sus cochazos, chalés e incremento de beneficios en plena crisis son la otra cara de los recortes en sanidad, educación o prestaciones por desempleo, de la bajada de los salarios o de las subidas del IVA.

En este contexto, para desquicio de algunos, no proponemos un programa soviético. Cuando nos preguntan qué haríamos nosotros, decimos (sin complejo alguno): ser demócratas y patriotas.

¿Por qué ser demócratas? Porque la democracia consiste en empoderar al pueblo, a las mayorías sociales, a los que sufren los recortes y son cada vez más pobres. Y empoderar al pueblo no es una consigna retórica o etérea, es dotarlo de derechos sociales y democráticos; derechos laborales decentes, una pensión mínima de 1000 € o una verdadera educación pública y gratuita.  Por otra parte, significa desempoderar a la casta financiera, decirles: ahora vais a sentir aunque sea una pequeñísima parte de la presión y el miedo que siente una ama de casa cada semana al hacer la compra teniendo que hacer malabares para ajustar cuentas.

¿Y por qué ser patriotas? Porque quienes condenan al pueblo español a la miseria, al paro y a la desesperación, vendiendo cachitos del país a los bancos alemanes (véase la reforma del art. 135 de la Constitución), no son patriotas por muchas banderitas que lleven en las muñecas. Son patrioteros, que es muy distinto, pues su única patria es el bolsillo o, como mucho, Suiza. Los patriotas somos quienes luchamos por conquistar la democracia real y la soberanía nacional y popular, que se traducirán en derechos sociales, económicos y políticos. Y esto tampoco es una consigna retórica, es decir que la sanidad o la educación de nuestro pueblo va antes que pagar una deuda ilegítima a los bancos alemanes o nacionalizar sectores estratégicos de la economía para que éstos estén al servicio de las mayorías sociales y no al servicio de un grupo muy reducido de privilegiados.

martes, 10 de septiembre de 2013

Montoro es sinvergüenza pero no tonto

Y esto es lo que pasa cuando quienes recortan no solo no sufren esos recortes sino que viven en otra realidad radicalmente distinta a la de quienes son recortados. "España es el éxito económico del mundo", dice. Y en buena parte tiene razón: quienes no han provocado la crisis la están cargando sobre sus espaldas mientras la casta política, representante de la casta financiera -que son quienes mandan de verdad-, está saliendo de rositas e incluso mejor que antes de la crisis. Despertemos... Despertemos.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Siria y el moralismo de la izquierda nini




La política es tomar partido. Tomar partido significa posicionarse, y posicionarse significa asumir contradicciones, ya que vivimos en un sistema atravesado por contradicciones (capital/trabajo es la madre de todas ellas). Esto no quiere decir que tengamos que dejarnos absorber por una especie de pragmatismo ‘cortoplacista’ o esconder nuestra falta de principios bajo la bandera de la realpolitik. Esto quiere decir, en resumen, que la política es algo extremadamente complejo imposible de entender desde una posición moralista, situados además en una cómoda atalaya alejada de la realidad, es decir, del conflicto.

La bandera ondeando es solo la dimensión más superficial y banal de la política: detrás de cada victoria, de cada derecho conquistado por la clase obrera, hay un sinfín de contradicciones. Lenin viajó en el famoso “tren precintado” que le pusieron sus enemigos alemanes para desestabilizar al gobierno ruso y luego hizo la NEP, un paso atrás (para dar dos hacia delante); el pacto Ribbentrop-Molotov, imprescindible para ganar tiempo y poder librar al mundo de la barbarie nazifascista; o, simplemente -dando un salto en el tiempo-, Chávez prestando servicios sociales a su pueblo gracias a un recurso nada ecológico como es el petróleo, vendiéndolo, para más inri, a gobiernos difícilmente asumibles desde una posición moralista de izquierdas. Lo dijo el Che Guevara, un revolucionario movido por el amor que era el primero en ejecutar acciones de guerra: quien esté esperando una revolución “pura”, que espere sentado.

En última instancia la política significa acumular poder, por lo que la capacidad política de una organización está determinada por su capacidad para construir mayorías y acumular poder. Una organización puede tener los análisis más sesudos, los cuadros intelectualmente más capaces y el programa o el discurso más revolucionario de la Tierra y aun así ser insignificante, no aportar nada. Podrá dar sermones izquierdistas y hacer a cada paso una declaración de principios: está tan alejada del conflicto que jamás tendrá que cabalgar contradicciones (frase de García Linera, no de Pablo Iglesias, por cierto). Lo dijo Mao Zedong: salvo el poder todo es ilusión.

Todo esto es importante y no viene mal (nunca) porque a la hora de analizar un conflicto debemos hacerlo con los pies en el suelo si no queremos errar en el análisis y por tanto en el diagnóstico. Más aún si queremos analizar un conflicto cruzado por intereses geoestratégicos o séase, imperialistas.
No ahondaré en algunos detalles por cuestiones de tiempo, espacio y, sobre todo, porque ya lo han hecho cantidad de personas. Y también, dicho sea de paso, porque ando sin internet, escribiendo ‘a pelo’, lo que tiene al menos una ventaja: seré breve y no me perderé en detalles escabrosos sobre lo que dice una noticia que a su vez recoge de otra noticia que a su vez…

Hay dos factores importantes a tener en cuenta antes de empezar a analizar cualquier conflicto concreto:

-          El mundo vive una transición geopolítica, donde EE. UU. es susceptible de ir perdiendo poco a poco su potencial hegemónico en aras de, al menos, un mundo multipolar.
-          La guerra (y la economía de guerra) es una salida obligatoria para el capitalismo en crisis.

Por una parte, Siria, más allá de todos los errores que pueda cometer, es un país soberano e independiente que desde hace décadas no se somete a los dictados de Washington (y además no ha invadido ningún país, importante matiz). Da la casualidad de que se ubica en una zona concreta en la que se encuentran otros países en el punto de mira estadounidense. Sin entrar siquiera en los recursos naturales sirios o en que dentro de tres años, en caso de invasión, veríamos noticias del tipo “el 95% de las empresas multinacionales que están reconstruyendo Siria son estadounidenses”. Lo peor de todo es que aun habría gente que se sorprendería. De hecho, gente que vio una Revolución en Libia hoy se sorprende, no sé con qué grado de sinceridad, del retroceso que supone el actual gobierno libio.  Gajes de las “primaveras árabes” o de ver revoluciones en todas partes y a todas horas (¿acaso será eso aquello de la “revolución permanente”?).

Con este somerísimo y precario repaso imagino que no hará falta decir que no se trata de una “intervención humanitaria” sino de una guerra imperialista por el control de los recursos naturales  y el control geopolítico de una zona concreta para equilibrar la balanza a favor en un contexto de tensiones interimperialistas (a Rusia no le mueve el internacionalismo proletario, no).

Si simplificamos –sin que sirva de precedente- para que todo el mundo entienda el conflicto, deberíamos decir que por una parte están los invasores yanquis y sus mercenarios ‘sirios’: los llamados “rebeldes”, que lo mismo portan banderas de Al Qaeda, que se comen corazones humanos en directo o utilizan armas químicas (ya no lo puede ocultar ni el ABC) más la inestimable ayuda (por el momento solo diplomática) de las potencias occidentales “democráticas”; en España con el PSOE a la cabeza pidiendo una intervención sin ni siquiera el aval de la ONU. Por otra parte tenemos a la resistencia antiimperialista (esto no los convierte en comunistas, ya) encabezada por el Presidente Al Assad, apoyado por la inmensa mayoría de los sirios como reconocen estudios ‘internos’ de la propia OTAN.

Delimitados los bandos en conflicto es ahora cuando interviene la parte fea y gris de la política, cuando hay que tomar partido, cuando hay que posicionarse y cuando hay que asumir contradicciones. Aunque también podemos invocar de manera etérea al “pueblo”, sin saber muy bien qué es eso y practicar una especie de tercerposicionismo moralista ni-ni: ni con la intervención imperialista ni con la resistencia –encabezada, guste o no, por Al Assad-. En ese caso nadie nos podrá ganar en una escala moral ya que no nos juntaremos con alguien con el que compartimos poco o muy poco (de hecho no nos juntaremos con nadie porque estamos esperando una revolución pura: Chávez era un militar, Cuba debe cambiar radicalmente; las burocracias, las represiones…). Una lástima que eso signifique equiparar a ambos bandos -perjudicando así al más débil- convirtiéndonos en cómplices útiles. Y sí, cómplices: si en mi puerta acuchillan a un vecino y no intervengo o le cuento a la policía que los dos tienen la culpa soy cómplice, aunque mi vecino me caiga mal o incluso sea mala persona.

Podemos excusarnos en que es muy complejo y en que además, al desaparecer la URSS, es difícil saber quiénes son los “buenos”.  Ambas cosas son ciertas, pero todos coincidiremos en que lo más parecido a la URSS es el bloque de países latinoamericanos progresistas encabezados por Cuba y Venezuela. ¿Qué opinan los gobiernos de ambos países sobre la inminente agresión? ¿Se posicionan? Quizá por eso unos tienen ministerios de Poder Popular y otros una revista. La política es para los valientes: para quienes son capaces de cabalgar dialécticamente las contradicciones.

PD: Durante la República, incluídos los últimos meses de Frente Popular, había una parte del “pueblo” que se oponía a ésta. ¿Es este un motivo suficiente para legitimar la “rebelión” franquista o para, al menos, no posicionarse a favor de la resistencia republicana ya que estaba encabezada por “el PCE de Stalin”? Algunos grupúsculos tienen más libros, relatos y sobre todo cuentos que militantes.

PD: Para hacernos una idea también podríamos preguntarnos incluso qué opina el Partido Comunista de Siria.

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