La política es tomar partido.
Tomar partido significa posicionarse, y posicionarse significa asumir
contradicciones, ya que vivimos en un sistema atravesado por contradicciones
(capital/trabajo es la madre de todas ellas). Esto no quiere decir que tengamos
que dejarnos absorber por una especie de pragmatismo ‘cortoplacista’ o esconder
nuestra falta de principios bajo la bandera de la realpolitik. Esto quiere decir, en resumen, que la política es algo
extremadamente complejo imposible de entender desde una posición moralista,
situados además en una cómoda atalaya alejada de la realidad, es decir, del
conflicto.
La bandera ondeando es solo la
dimensión más superficial y banal de la política: detrás de cada victoria, de
cada derecho conquistado por la clase obrera, hay un sinfín de contradicciones.
Lenin viajó en el famoso “tren precintado” que le pusieron sus enemigos
alemanes para desestabilizar al gobierno ruso y luego hizo la NEP, un paso
atrás (para dar dos hacia delante); el pacto Ribbentrop-Molotov, imprescindible
para ganar tiempo y poder librar al mundo de la barbarie nazifascista; o,
simplemente -dando un salto en el tiempo-, Chávez prestando servicios sociales
a su pueblo gracias a un recurso nada ecológico como es el petróleo, vendiéndolo,
para más inri, a gobiernos difícilmente asumibles desde una posición moralista
de izquierdas. Lo dijo el Che Guevara, un revolucionario movido por el amor que
era el primero en ejecutar acciones de guerra: quien esté esperando una
revolución “pura”, que espere sentado.
En última instancia la política
significa acumular poder, por lo que la capacidad política de una organización
está determinada por su capacidad para construir mayorías y acumular poder. Una
organización puede tener los análisis más sesudos, los cuadros intelectualmente
más capaces y el programa o el discurso más revolucionario de la Tierra y aun
así ser insignificante, no aportar nada. Podrá dar sermones izquierdistas y
hacer a cada paso una declaración de principios: está tan alejada del conflicto
que jamás tendrá que cabalgar contradicciones (frase de García Linera, no de
Pablo Iglesias, por cierto). Lo dijo Mao Zedong: salvo el poder todo es
ilusión.
Todo esto es importante y no
viene mal (nunca) porque a la hora de analizar un conflicto debemos hacerlo con
los pies en el suelo si no queremos errar en el análisis y por tanto en el
diagnóstico. Más aún si queremos analizar un conflicto cruzado por intereses
geoestratégicos o séase, imperialistas.
No ahondaré en algunos detalles
por cuestiones de tiempo, espacio y, sobre todo, porque ya lo han hecho
cantidad de personas. Y también, dicho sea de paso, porque ando sin internet,
escribiendo ‘a pelo’, lo que tiene al menos una ventaja: seré breve y no me
perderé en detalles escabrosos sobre lo que dice una noticia que a su vez recoge
de otra noticia que a su vez…
Hay dos factores importantes a
tener en cuenta antes de empezar a analizar cualquier conflicto concreto:
-
El mundo vive una transición geopolítica, donde
EE. UU. es susceptible de ir perdiendo poco a poco su potencial hegemónico en
aras de, al menos, un mundo multipolar.
-
La guerra (y la economía de guerra) es una
salida obligatoria para el capitalismo en crisis.
Por una parte, Siria, más allá de
todos los errores que pueda cometer, es un país soberano e independiente que
desde hace décadas no se somete a los dictados de Washington (y además no ha
invadido ningún país, importante matiz). Da la casualidad de que se ubica en
una zona concreta en la que se encuentran otros países en el punto de mira
estadounidense. Sin entrar siquiera en los recursos naturales sirios o en que
dentro de tres años, en caso de invasión, veríamos noticias del tipo “el 95% de
las empresas multinacionales que están reconstruyendo Siria son
estadounidenses”. Lo peor de todo es que aun habría gente que se sorprendería.
De hecho, gente que vio una Revolución en Libia hoy se sorprende, no sé con qué
grado de sinceridad, del retroceso que supone el actual gobierno libio. Gajes de las “primaveras árabes” o de ver
revoluciones en todas partes y a todas horas (¿acaso será eso aquello de la
“revolución permanente”?).
Con este somerísimo y precario repaso
imagino que no hará falta decir que no se trata de una “intervención
humanitaria” sino de una guerra imperialista por el control de los recursos naturales
y el control geopolítico de una zona
concreta para equilibrar la balanza a favor en un contexto de tensiones
interimperialistas (a Rusia no le mueve el internacionalismo proletario, no).
Si simplificamos –sin que sirva
de precedente- para que todo el mundo entienda el conflicto, deberíamos decir
que por una parte están los invasores yanquis y sus mercenarios ‘sirios’: los
llamados “rebeldes”, que lo mismo portan banderas de Al Qaeda, que se comen
corazones humanos en directo o utilizan armas químicas (ya no lo puede ocultar
ni el ABC) más la inestimable ayuda (por el momento solo diplomática) de las
potencias occidentales “democráticas”; en España con el PSOE a la cabeza
pidiendo una intervención sin ni siquiera el aval de la ONU. Por otra parte
tenemos a la resistencia antiimperialista (esto no los convierte en comunistas,
ya) encabezada por el Presidente Al Assad, apoyado por la inmensa mayoría de
los sirios como reconocen estudios ‘internos’ de la propia OTAN.
Delimitados los bandos en
conflicto es ahora cuando interviene la parte fea y gris de la política, cuando
hay que tomar partido, cuando hay que posicionarse y cuando hay que asumir
contradicciones. Aunque también podemos invocar de manera etérea al “pueblo”,
sin saber muy bien qué es eso y practicar una especie de tercerposicionismo
moralista ni-ni: ni con la intervención imperialista ni con la resistencia
–encabezada, guste o no, por Al Assad-. En ese caso nadie nos podrá ganar en
una escala moral ya que no nos juntaremos
con alguien con el que compartimos poco o muy poco (de hecho no nos juntaremos
con nadie porque estamos esperando una revolución pura: Chávez era un militar,
Cuba debe cambiar radicalmente; las burocracias, las represiones…). Una lástima
que eso signifique equiparar a ambos bandos -perjudicando así al más débil-
convirtiéndonos en cómplices útiles. Y sí, cómplices: si en mi puerta
acuchillan a un vecino y no intervengo o le cuento a la policía que los dos
tienen la culpa soy cómplice, aunque mi vecino me caiga mal o incluso sea mala
persona.
Podemos excusarnos en que es muy
complejo y en que además, al desaparecer la URSS, es difícil saber quiénes son
los “buenos”. Ambas cosas son ciertas,
pero todos coincidiremos en que lo más parecido a la URSS es el bloque de
países latinoamericanos progresistas encabezados por Cuba y Venezuela. ¿Qué opinan
los gobiernos de ambos países sobre la inminente agresión? ¿Se posicionan?
Quizá por eso unos tienen ministerios de Poder Popular y otros una revista. La
política es para los valientes: para quienes son capaces de cabalgar
dialécticamente las contradicciones.
PD: Durante la República,
incluídos los últimos meses de Frente Popular, había una parte del “pueblo” que
se oponía a ésta. ¿Es este un motivo suficiente para legitimar la “rebelión”
franquista o para, al menos, no posicionarse a favor de la resistencia
republicana ya que estaba encabezada por “el PCE de Stalin”? Algunos
grupúsculos tienen más libros, relatos y sobre todo cuentos que militantes.
PD: Para hacernos una idea también podríamos preguntarnos incluso qué opina el Partido Comunista de Siria.
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