La
sociedad está dividida en clases sociales (para hacerlo sencillo utilizaremos
el impreciso eje arriba/abajo), determinadas por su posición respecto de los
medios de producción: Amancio Ortega es el propietario de Zara y el dependiente
de la tienda su trabajador, obligado a vender su fuerza de trabajo para vivir.
Estas clases sociales tienen intereses antagónicos, contrarios, en pugna: lo
que es bueno para los de abajo es malo para los de arriba y viceversa; una
bajada del salario del dependiente de Zara significa menos costes (capital
variable) para Amancio Ortega y por tanto más beneficios. Este es un resumen simplificado
de cómo funcionan las relaciones económicas (infraestructura) bajo el
capitalismo.
Ahora, sobre esa infraestructura se levanta, de manera subordinada
y a medida, la superestructura: el chiringuito político, institucional,
jurídico, ideológico, etc. Este chiringuito tiene –principalmente- la misión de
presentar los intereses concretos de la clase dominante (representada por Amancio
Ortega) como los intereses generales de la sociedad en su conjunto. Es decir,
tiene la misión de apaciguar la lucha de clases entre los de arriba y los de
abajo haciendo, principalmente, que los de abajo no vean a los de arriba como
enemigos –de clase- o, incluso, haciendo que los de abajo se crean que
pertenecen a los de arriba. En ese caso los de abajo carecen de “conciencia de
clase”: son una clase ‘en sí’ en vez de una clase ‘para sí’. Por ejemplo: un obrero
votando a quien le recorta y le saquea, o simplemente asumiendo e interiorizando
su mensaje como puede ser el que ha vivido por encima de sus posibilidades. Cuando
esto ocurre, decimos que la clase dominante es hegemónica: no solo domina mediante
la fuerza sino que también ‘dirige’ ya que tiene el consentimiento de los de
abajo. Es por eso que las ideas dominantes de una época son las ideas de la
clase dominante de esa época. O dicho de otro modo: nuestra conciencia, nuestra
mentalidad, está determinada por el sistema económico, político y social: somos
seres sociales; no nacemos ni egoístas ni solidarios, ni flojos ni con la
cultura del esfuerzo.
¿Por qué
tiene sentido explicar esto -que parece tan enrevesado- hoy? Porque la crisis
abre un escenario en el que hay mayor margen de maniobra ya que se abren
grietas por las cuales puede colar un mensaje distinto al que nos dicen en la
televisión (toda ella, sin excepción, a medida del sistema económico y
político). Esto significa que podemos disputar conceptos antes impensables para
redirigir la crisis hacia caminos de ruptura democrática.
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