El PCE nació en 1921, poniendo de
relieve el cisma que se abría años antes en el seno del movimiento obrero
debido, entre otros factores, a la deriva ideológica de una socialdemocracia
que por aquellos entonces ya había apoyado una guerra de rapiña y golpeado
hasta la muerte a Rosa Luxemburgo. Un año antes, en su II Congreso, la
Internacional Comunista declaraba que una de las tantas funciones del Partido
Comunista era la participación de sus militantes en las “organizaciones
apartidarias”. La Historia del PCE, así como la del movimiento comunista en
general, daría para escribir no ya libros sino bibliotecas enteras, por lo que
únicamente destacaré esa característica del Partido Comunista.
Sobra decir –pero nunca está de
más recordarlo- que vivimos tiempos de excepción, de emergencia política,
social y económica, puesto que el régimen apuntalado en 1978 da síntomas
ineludibles de debilidad, por mucho que sus representantes achiquen agua entre
codazos como los náufragos de Alfred Hitchcock. El bipartidismo, la monarquía o
el descrédito de la justicia ponen de manifiesto una crisis de legitimidad,
inédita en 30 años. Y esto, en sí, no tiene porqué ser necesariamente una buena
noticia, es decir, esto no conducirá de manera automática e inevitable a una
ruptura democrática; más bien al contrario, salvo que la correlación de fuerzas
sea favorable. Pero si algo hemos aprendido de la Historia es que los
comunistas somos gente de excepción. Dicho rápidamente: es imposible que en
tiempos de “bonanza” un proyecto revolucionario conecte con una buena parte de
las clases trabajadoras. Cuenta la leyenda que Mario Puzo, el escritor de El
Padrino, dijo que “el Estado de bienestar es un soborno necesario para evitar
la revolución de los pobres”. Todo esto quiere decir que tenemos el deber
histórico de aprovechar esta “ventana de oportunidad”.
Retomando y dando un salto en el
tiempo. Cuentan los más mayores que el PCE se convirtió en el gran bastión
antifranquista porque allí donde había un grupo de personas ajenas o no a la
política, había un comunista. No les hacía falta decir que eran comunistas, ni
llevar símbolos; eso se sabía. Eran los que más se preocupaban por sus
compañeros, sus vecinos, los más trabajadores, los más estudiosos y, en
definitiva, los “más apañados”. O al menos eso intentaban. Tenían claro
lo que decía el Che Guevara cuando hablaba de qué debía ser un joven comunista:
un ejemplo para los compañeros.
Estaban presentes en las
universidades, en las fábricas –incluso en los sindicatos oficiales-, en los barrios, en las asociaciones de vecinos, en
todos aquellos lugares que vertebran eso que los liberales llaman “sociedad
civil”. Estaban, en definitiva, en contacto permanente con la gente humilde; ni
eran ni pretendían ser representantes en el sentido banal que hoy se tiene de
esta palabra, simplemente ‘eran gente’. Como cuenta alguno de esos mayores, el
Partido te mecía en la cuna y te llevaba a hombros hasta el cementerio. Estaba
presente en tu vida y tú podías estar en la suya sin necesidad de acercarte a
una “sede”.
Fue esto, que podemos llamar
“tejido social”, lo que se perdió en y a partir de la llamada Transición. Un
sacrificio en aras de la participación en las instituciones (parece ser que así
se entendió únicamente la legalización) que nos llevó a una terrible crisis que
solo pudo resistirse, mal que bien, con la creación de IU como movimiento
político y social que llegara precisamente a esos sitios donde el PCE ya no
podía llegar.
Saltándonos de nuevo miles de
cuestiones y conflictos nos encontramos hoy día con el gigantesco reto
histórico de dirigir un proyecto rupturista, nítidamente anticapitalista,
federal y republicano, elaborado
colectivamente con la clase trabajadora en alianza táctica con sectores
populares; un Bloque Político y Social que, sin estar subordinado a los
trámites electorales e institucionales, haga suya la definición de comunismo
como movimiento real que anula y supera el estado actual de cosas. A mi
parecer, esto exige la ratificación de algunas cuestiones pero el replanteamiento
de otras, teniendo siempre en cuenta que un Partido Comunista no es un partido
cualquiera. La presencia y el papel de
éste en la vida social es una de
ellas. Al fondo, las grandes preguntas de siempre, cuyas respuestas tenemos que
tener minuciosamente claras: ¿Qué, cómo y con quiénes? Al menos sabemos el dónde
y el cuándo: Aquí y ahora.
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