miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cabalgar la antipolítica



Esta mañana fui a la sede para arreglar unas reclamaciones por el tema de las cláusulas suelo. Poco antes de salir por la puerta me encargaron la tarea de pegar unos carteles que anuncian un acto sobre la reforma de las pensiones, cuya cabecera dice: “hay salidas para la crisis”. Había pegado unos doce y me quedaban tres. Recién pego el décimo tercero, se me acerca un hombre de unos treinta y pocos años. Por su ropa –manchada de alguna “chapucilla”-, sus manos trabajadas y su manera de hablar, deduzco que de clase trabajadora-baja; un currela. Estábamos en uno de los clásicos “barrios obreros” de Granada, no hay fallo. El caso es que se me acerca y me pregunta, de manera un tanto beligerante:

-¿Compadre, hay salidas para la crisis?
-Claro que hay, hombre –le respondo sorprendido.
-Pues dame un trabajo –me replica sin dejarme explicar.
-No es tan fácil, yo no tengo una lámpara mágica… -caigo en la cuenta de que en el momento en que tengo que justificarme lo tengo todo perdido.
-¿Cuánto te pagan por pegar carteles? –me pregunta como si le debiera algo.
-A mí nada, hombre…
-No me lo creo –me espeta interrumpiéndome.
-Claro, hombre. Esto se hace por vocación militante. Por intentar ayudar a la organización y a la gente.
-Um…
-De hecho más que ganar, pierdo dinero y lo que es peor, mucho tiempo.
-¿Entonces tú a qué te dedicas? –pregunta sorprendido y con aires de desprecio.
-Soy estudiante. Estudio Ciencias Políticas y de la Administración.
-Ah, ya quieres enchufarte tú también a meter la mano.
-¿Tú crees que alguien que se dedica a pegar carteles, perdiendo tiempo y dinero, aspira a ser un corrupto más? Si eso, estaría en otros sitios.
-Todos son unos corruptos –afirma con altivez de sabio o ignorante.
-No hombre, no. Eso lo suelen decir quienes llevan toda la vida votando a los mismos y ahora, a la vejez, se han enterado de a quiénes vota –reflexiono un momento para intentar reconducir la conversación antes de que sea demasiado tarde y me dispongo a poner el ejemplo que nunca falla: Anguita.
-¿Es que el González no era un corrupto?
-El González y su gente puede, pero eso no significa que todos lo sean.
-¿Y el Anguita, es que no robaba? –me interrumpe.
-Qué va, qué va… -me río consciente de que estaba buscando papas en un rastrojo de maíz y sigo mi camino con un “hasta luego, compañero”.

Cuento esto porque me parece una estampa representativa del lumpenproletariado de polígono o periferia; del proletariado en harapos, caldo de cultivo para el fascismo, que se venderá a la reacción, ya sea ésta representada por un militar golpista o por un tecnócrata, dada la brutal degradación de sus condiciones materiales y su falta de conciencia (de clase).

Del mismo modo, es un caso que refleja perfectamente cómo canaliza la ideología “antipolítica” que nos inoculan –principalmente- desde los medios de comunicación, el descontento y la indignación del pueblo llano hacia posiciones reaccionarias. El “todos son iguales” tiene un mensaje claro y directo al bajo vientre: no hay Alternativa. Los que están son malos pero quienes vengan detrás, independientemente de quienes sean, serán iguales o peores. Porque la corrupción es inherente al ser humano, egoísta por naturaleza, no tiene nada que ver con el sistema y la forma de organizar el poder en éste.

¿Conclusión? Si no somos capaces de canalizar la indignación de los currelas que ven HyMyV, de quienes aspiran a volver a 2005 para comprarse un coche con llantas o de las chonis y canis (utilizo ambos términos sin connotaciones despectivas, únicamente como intento de catalogación), estamos perdidos. Centrarse en la Universidad, a la que sigue sin ir una parte importantísima de clase obrera (que, como paradoja, viste zapatillas Nike y ropa interior Hike), en los funcionarios y en eso que los liberales llaman “clases medias”, es un error. Es la clase obrera, por sus niveles de explotación, disciplina y organización (por la posición que ocupa en el proceso productivo), quien debe dirigir un proyecto revolucionario o transformador. No nos engañemos: la única revolución que hizo la ‘clase media’ fue en Alemania, en 1933.

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