El cine español ha dejado en 2014
la mayor recaudación de los últimos tiempos y, aunque no por ello, una lista importante
de películas buenas y muy buenas. El Festival de San Sebastián fue para Magical girl, de Carlos Vermut, una
película que podría haberse llamado A
spanish film, ya que es lo más parecido (a su manera) que veremos a la indescriptible
película serbia. En los Goya también optan a mejor película, además de Magical girl y La isla mínima (Alberto Rodríguez), El niño (Daniel Monzón), Relatos
salvajes (Damián Szifrón) y Loreak (Goenaga
y Garaño). La lista de nominaciones la encabeza La isla mínima, con 17, seguida de El niño, con 16. Ésta última, salvando a Luis Tosar y el
presupuesto, es una película que no pasa de buena: se parece mucho más a El príncipe que a la segunda temporada
de The wire. Relatos salvajes es una buena película que ha sabido teatralizar el
nihilismo tragicómico de nuestros tiempos; ay qué haría yo en este mundo si
pudiera. No obstante, creo que La isla
mínima será justa ganadora. La lista de nominaciones deja algunas
sorpresas, de las que destacaría 10.000
km (Carlos Marqués-Marcet) y Hermosa
juventud (Jaime Rosales), ambas sobre el amor imposible en un mundo
imposible que describía Javier Egea, o sobre cómo las condiciones materiales lo
condicionan absolutamente todo, incluidas nuestras relaciones. En la lista de nominaciones destaca la ausencia de Leviatán (Andrei Zvyagintsev) optando a mejor película europea, más aun habiéndole levantado el Globo de oro a Ida.
Alberto Rodríguez, que saltó a la
palestra con 7 vírgenes en 2005,
describiendo el mundo del lumpen, dio el campanazo en 2012 con Grupo 7, película de acción
absolutamente necesaria que se llevó solo 2 goyas de 16 nominaciones. Ambas
retratan a mundos excluidos, primero de la “modernización” de España y después
de su burbuja. La isla mínima tiene mucho
de eso. Más que un trhiller policíaco es una película que va sobre la Transición
que no fue tal. Él mismo lo reconoce: su mayor influencia fueron los dos
documentales críticos de los hermanos Bartolomé, Después de… (1981), en los que se nos dice que de transición
modélica, nada de nada. Alberto es muy inteligente: sabe que la propaganda solo
es buena si parece que no es propaganda. El éxito es tan rotundo que muchos de
quienes hayan visto la película creerán que estoy exagerando, pero en absoluto:
La isla mínima nos dice que en España
no hubo una depuración de los aparatos represivos del franquismo y que la transición,
en su sentido más amplio, no llegó a la “España profunda”. Ése es el mensaje
que esconde la maravillosa atmósfera, la trama, el sonido y el magnífico elenco
de actores.
Hay tres personajes que planean
desde el principio al final, imprescindibles para entender mejor la película. El
primero es Armando López Salinas, escritor comunista autor de la impresionante La mina (1959), recientemente editada
por Akal y David Becerra, y de dos novelas que inspiraron al director como él
mismo ha confesado: Caminando por las Hurdes
(1960) y sobre todo Por el río abajo
(1966). En ambas, los protagonistas se adentran dentro de la España más profunda
donde, literal y materialmente, se quedó estancada hace décadas. Bastantes
décadas. El primer libro utiliza fotografías de Luis Buñuel, que hizo lo propio
en Las Hurdes (1933). El segundo
describe, desde la perspectiva del realismo social, los recovecos del
Guadalquivir: los planos aéreos de la película son magníficos.
El segundo es el fotógrafo Martín Aya,
“el último fotógrafo que miró a la clase obrera”: “Fue fotógrafo en
blanco y negro en un país que no
conseguía coger color. Se interesó por los protagonistas de la parte de
atrás de la historia, los de la España sin Transición, los que no lograron
pasar de la humildad y la escasez al bienestar. Los aplastados. Como ese galgo exprimido que arrastra
sus costillas por las marismas del Guadalquivir y agacha la cabeza, sumiso y
huidizo. Un perro semihundido, en un país semienterrado. Ése, el que busca Aya”.
Aquí algunas de sus fotos.
El último es Billy el Niño, pistolero franquista de
tantos buscado por la justicia argentina ya que la española sigue fiel a la ley
de “punto y final”, que es lo mismo que decir: aquí no ha pasado nada. Además,
Alberto nos lo dice de manera inteligente: es gente normal, es gente que se
integró y que te invitará a una botella de vino aunque no seas como él. Son
personas. Y no podemos reabrir viejas heridas. Y tampoco podemos poner el grito
en el cielo por ello, él mismo lo dice así: “Este país no es democrático, no
está acostumbrado”. Brillante. Solo un año después vino el triunfante 23F, con
la LOAPA, la paralización de las exhumaciones de fosas y de cualquier reforma
democrática mínimamente profunda. A los dos años vino el PSOE con la mayoría
absolutísima dispuesto a enterrar todas y cada una de las esperanzas de cambio
real. Desde entonces, solo ha habido una película que se ha atrevido a
cuestionar la versión oficialista de la Transición. Así nos va.
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