Introducción
Recientemente Alberto Garzón advertía en
un artículo que «la lectura que hacemos sobre la clase social y el Estado
condiciona absolutamente la práctica política de los partidos socialistas»[1]. A
continuación se lamentaba de la ausencia teórica de Marx sobre los conceptos de
clase social y Estado, destacando la diversidad táctica de éste según el
contexto. Hace casi un siglo Gramsci describió al alemán como un «maestro de
vida espiritual y moral, no un pastor con báculo»[2] y lo
destacó como un «escritor de obras históricas y políticas concretas»[3]. Hoy
deberíamos hacer la misma advertencia con el propio Gramsci, cuya obra se nos presenta
como universal, hecho que podría interpretarse como una especie de halago pero que
en realidad resta capacidad transformadora a la obra de un político intelectual
eminentemente nacional y militante.
El análisis del Estado y de los
bloques dominantes de procesos históricos como el llamado Risorgimento ocupan
un lugar central en la obra gramsciana. Este análisis fue el gran ausente en
las reinterpretaciones socialdemócratas del concepto de hegemonía en los años
setenta y siguió siendo el gran ausente en las nuevas lecturas laclausianas. En
ambas reinterpretaciones se perdía de vista el análisis –de clase– gramsciano
del Estado y la estrategia de la hegemonía se reducía a la lucha por el
consenso en el ámbito de la sociedad civil, con el objetivo de aumentar la
participación y la influencia institucional-parlamentaria. Se obviaba un
análisis central del marxismo, se redecía el Estado a «una cosa» que «se toma» o
directamente se asumía su neutralidad, sin caer en la cuenta de que dicha
neutralidad era precisamente una construcción ideológica. Antoni Domenech puso
de relieve las limitaciones de esta simplificación del Estado y de su relación
con la sociedad civil pues, entre otras cosas, olvida un detalle: «Gramsci ha
escrito sus notas encarcelado por un Estado fascista de excepción»[4].
A día de hoy, el análisis del Estado
sigue siendo crucial y de él, o de su ausencia, depende en buena medida el
éxito o el fracaso de nuestra acción política.
El origen
del concepto de hegemonía
Situamos el origen del concepto de
hegemonía en Lenin, que «hallamos en su polémica con los populistas
(“narodniki”) a propósito del desarrollo del capitalismo en Rusia»[5], si bien
se trata de un concepto todavía incipiente, limitado e insuficiente para ir más
allá de las alianzas de clases. A pesar de que se asocia el marxismo oriental
con la coerción y un análisis más tosco de las cuestiones sobreestructurales
–asociación que no es completamente errónea–, el propio Lenin entendió en 1919,
en un contexto de guerra civil, que «no es sólo la violencia, ni sobre todo la
violencia lo que constituye el fondo de la dictadura del proletariado. Su
carácter principal reside en el espíritu de organización y de disciplina del
proletariado, destacamento de vanguardia, único dirigente de los trabajadores»[6]. En 1923
acabaría señalando que la construcción del socialismo no consistía únicamente
en la organización de la población en cooperativas y en el establecimiento de
una economía colectiva, ya que sería insuficiente si no acompaña una «verdadera
revolución cultural»[7]. Gramsci
atribuye a Lenin la revalorización del frente cultural en oposición a las
tendencias economicistas y «la construcción de la doctrina de la hegemonía como
complemento de la teoría del Estado-fuerza como forma actual de la doctrina de
la “revolución permanente”»[8]. Por
todo ello, podemos afirmar con Luciano Gruppi que «Gramsci no ha introducido
pues ninguna ruptura en relación a Lenin, pero enriquece su análisis subrayando
otros aspectos. (…) Encontraremos de nuevo este mismo esfuerzo a propósito de
la noción de Estado»[9]
Gramsci profundiza en la afirmación
marxista según la cual los hombres toman conciencia de los conflictos
fundamentales en el terreno de las ideologías. Amplía la definición de
ideología, que pasaría de ser «falsa conciencia» y un mero artificio a una concepción
del mundo. Definió como «infantilismo primitivo» el intento de «presentar y
exponer toda fluctuación de la política y de la ideología como expresión
inmediata de la estructura»[10]. Según
esta visión reduccionista, la estructura determinaría la ideología de la misma
forma que un cuerpo determina su sombra. Si así fuera, ¿cómo se explicaría que
quienes compartían una misma posición respecto a los medios de producción y por
tanto unos mismos «intereses objetivos» no se sumaran a la revolución y que, en
muchos casos, la combatieran? Detrás de este reduccionismo se esconde la
infravaloración de «lo subjetivo», de la ideología, de la cultura y de la
política en su sentido más amplio. Por todo ello, la noción de hegemonía «exige
el abandono del materialismo mecanicista y la revalorización determinante del
sujeto revolucionario, de su iniciativa, del momento de la constancia»[11].
Esta reflexión crítica contra el
reduccionismo, escrita en 1916, representa el origen de la idea central del concepto
de hegemonía en Gramsci:
«El hombre es sobre todo espíritu, o
sea, creación histórica, y no naturaleza. De otro modo no se explicaría por
qué, habiendo habido siempre explotados y explotadores, creadores de riqueza y
egoístas consumidores de ella, no se ha realizado todavía el socialismo. La
razón es que sólo paulatinamente, estrato por estrato, ha conseguido la
humanidad consciencia de su valor y se ha conquistado el derecho a vivir con
independencia de los esquemas y de los derechos de minorías que se afirmaron
antes históricamente. Y esa consciencia no se ha formado bajo el brutal
estímulo de las necesidades fisiológicas, sino por la reflexión inteligente de
algunos, primero, y, luego, de toda una clase sobre las razones de ciertos
hechos y sobre los medios mejores para convertirlos, de ocasión que eran de
vasallaje, en signo de rebelión y de reconstrucción social. Eso quiere decir
que toda revolución ha sido precedida por un intenso trabajo de crítica, de
penetración cultural, de permeación de ideas a través de agregados humanos al
principio refractarios y sólo atentos a resolver día a día, hora por hora, y
para ellos mismos su problema económico y político sin vínculos de solidaridad
con los demás que se encontraban en las mismas condiciones»[12].
¿Por qué, habiendo explotados y explotadores,
no se ha realizado todavía el socialismo? Una reflexión que acabó tomando
tintes dramáticos después de la oleada de derrotas que sufrió el movimiento
obrero tan sólo unos años más tarde.
Gramsci pronto se da cuenta de que la estrategia bolchevique basada en el choque frontal o en la guerra de maniobras no se podría exportar a Occidente al tratarse de sociedades más desarrolladas con un Estado en los cuales
«la “sociedad civil” se ha convertido
en una estructura muy compleja y resistente a los asaltos catastróficos del
elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc.): las superestructuras
de la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna»[13].
El
desarrollo del concepto de Estado
En Oriente, detrás del Estado,
entendido únicamente como el conjunto de aparatos institucionales y represivos,
no había nada, si acaso una sociedad «gelatinosa». Sin embargo, en Occidente
«el Estado era sólo una trinchera avanzada, detrás de la cual se encontraba una
robusta cadena de fortalezas y fortines»[14].
Gramsci actualiza la definición leninista del Estado, sin desprenderse de su
carácter de clase[15], para
ampliarla a la suma de la sociedad política y la sociedad civil, sintetizada en
la expresión «hegemonía acorazada de coerción»[16].
La sociedad política agrupa el
conjunto de actividades encargadas de la coerción y de la represión con el
objetivo de mantener el poder establecido y aplastar cualquier conato de
rebelión. Sin embargo, estas actividades coercitivas no tienen por qué ser
necesariamente de carácter militar o paramilitar, también abarcan el ámbito
jurídico: la coacción legal ejercida contra huelguistas en momentos de
excepción aunque no necesariamente, por ejemplo. Gramsci rescata la metáfora del
centauro maquiavélico con doble personalidad[17] para
explicar el carácter dual del Estado y de la hegemonía: en este caso, la
sociedad política estaría relacionada con la parte animal, con la fuerza y con
la coerción.
Por otra parte, la sociedad civil es
el espacio en el que se pugna por el consenso, por el sentido común, y en el
que se reviste al Estado de un contenido ético-cultural. En ella actúan
organismos e instituciones que refuerzan la hegemonía del grupo dominante. Gramsci
atribuye a la Iglesia un papel crucial ya que detrás de su propaganda
ideológica hay toda una organización social con distintos canales de difusión.
Por otra parte estarían el aparato escolar, los periódicos “independientes” que
actúan como verdaderos partidos, los medios de comunicación social y las organizaciones
culturales. También los sindicatos y los partidos. En definitiva, la sociedad
civil es el conjunto de fortalezas mediante las cuales el grupo dominante
legitima su acción política-económica. Debido a esta complejidad que presentan
las sociedades desarrolladas, en casos de crisis económica la política «va con
retraso sobre la economía»[18] y no
necesariamente en una dirección democrática.
Este análisis dual del Estado como la
suma de la sociedad política y la sociedad civil tiene algunas limitaciones.
Ambas sociedades se relacionan de manera dialéctica y no son compartimentos
estancos: en la sociedad política también aparece coerción legal y en la
sociedad civil también se dan formas terribles de dominio, por ejemplo a través
de condiciones laborales de esclavitud. Del mismo modo, un partido político
puede pertenecer al mismo tiempo a la sociedad política y a la sociedad civil. Como
afirma Hughes Portelli, «la distinción entre sociedad civil y sociedad política
no es orgánicamente completa ya que la clase dominante, en el ejercicio de su
hegemonía, utiliza y combina una y otra»[19]. La
definición del paso del socialismo al comunismo que Gramsci identifica como
«sociedad regulada» sigue originando algunos equívocos. Ésta no consistiría en
la absorción del Estado por parte de la sociedad civil, que como acabamos de
ver también forma parte del Estado, sino en la absorción de la sociedad política
por la sociedad civil, que acabaría reduciendo «gradualmente sus intervenciones
autoritarias y coactivas»[20].
Conforme disminuyan los antagonismos de clase, disminuiría la necesidad de
dominación.
Conclusiones
La grandeza del concepto de hegemonía
radica en que su definición “enciclopédica”, extraída y descontextualizada de
la obra gramsciana, no tiene un valor especialmente relevante. Sin el análisis
del Estado, del capitalismo avanzado y del contexto en el que fue desarrollado,
siempre desde un marxismo original, pierde profundidad y una parte importante
de su vocación emancipadora. En ningún momento hemos intentando resumir el
concepto de hegemonía, tan sólo hemos intentado acercarnos a otros conceptos
como el de Estado que, por un lado, resulta imprescindible para hacer un
análisis lo suficientemente amplio y, por otro, impide que el concepto de
hegemonía se desligue de su amarre socioeconómico.
El análisis del Estado sigue
determinando la estrategia. Si el Estado es un conjunto de aparatos e instituciones
que se «toman», tiene sentido centrarse en dicha toma política-institucional
con independencia de sus formas: por «asalto» o electoralmente. Si por el
contrario el Estado es la suma de esa «sociedad política» con la sociedad civil,
la estrategia será otra. ¿De qué serviría tener los aparatos gubernamentales sin
conquistar la hegemonía en la sociedad civil? La tragedia griega puede servir
de ejemplo. Si la política es principalmente una lucha permanente por la hegemonía,
la acción política no puede estar dirigida de manera exclusiva hacia las
instituciones (que, como altavoz, forman parte de la sociedad civil); del mismo
modo, si la política es una lucha permanente por la hegemonía, las
organizaciones políticas no pueden ser –principalmente– sus entramados
jurídico-administrativos, sino piezas del bloque social del que forma parte y
aspira a dirigir.
[1] Garzón,
Alberto. (2017). ‘El Capital’ habla del
capitalismo hoy. http://blogs.publico.es/economia-para-pobres/2017/09/14/el-capital-habla-del-capitalismo-de-hoy/
[2] Gramsci,
Antonio. (2017). Escritos (Antología).
Madrid: Alianza Editorial, p. 70.
[3] Ibid, p.
198.
[4] Domenech,
Antoni. (1977). De la vigencia de Gramsci: esbozo para la controversia. En
VVAA. (1977). Gramsci hoy. Barcelona:
Materiales, S. A. de Estudios y Publicaciones, pp. 65-66.
[5]
Rodríguez-Aguilera, Cesáreo. (1985). Gramsci
y la vía nacional al socialismo. Madrid: Akal, p. 78.
[6] Luciano,
Gruppi. (1981). El concepto de hegemonía en Antonio Gramsci. En VVAA., Revolución y democracia en Gramsci.
Barcelona: Fontamara, p. 48.
[7] Frosini,
Fabio. (2013). Hacia una teoría de la hegemonía. En Modenisi, Massimo (coord.),
Horizontes gramscianos. Estudios en torno
al pensamiento de Antonio Gramsci. Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales, UNAM, p. 76.
[8] Ibid., pp. 74-75.
[9] Luciano,
Gruppi. (1981). El concepto de hegemonía en Antonio Gramsci. En VVAA., Revolución y democracia en Gramsci.
Barcelona: Fontamara, p. 48.
[10] Gramsci,
Antonio. (2017). Escritos (Antología).
Madrid: Alianza Editorial, p. 198.
[11] Luciano,
Gruppi. (1981). El concepto de hegemonía en Antonio Gramsci. En VVAA., Revolución y democracia en Gramsci.
Barcelona: Fontamara, p. 51.
[12] Gramsci,
Antonio. (2017). Escritos (Antología).
Madrid: Alianza Editorial, pp. 39-40.
[13] Ibid., pp. 241-242.
[14] Ibid., pp. 245-246.
[15] Portelli,
Hughes. (1987). Gramsci y el bloque
histórico. México: Siglo XXI Editores, p. 69.
[16] Gramsci,
Antonio. (2017). Escritos (Antología).
Madrid: Alianza Editorial, p. 253.
[17] Ibid., p. 124.
[18] Fernández
Buey, Francisco. (2001). Leyendo a
Gramsci. Barcelona: El Viejo Topo, p. 117.
[19] Portelli,
Hughes. (1987). Gramsci y el bloque
histórico. México: Siglo XXI Editores, p. 32.
[20] Gramsci,
Antonio. (2017). Escritos (Antología).
Madrid: Alianza Editorial, p. 254.
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