Artículo publicado el 2 de diciembre de 2017 en:
http://www.elindependientedegranada.es/politica/ayuntamientos-ultima-trinchera
Con la
derrota del nazifascismo en la II Guerra Mundial comenzaron los 30 gloriosos
años del capitalismo. Las élites económicas y políticas europeas asumían la
necesidad de un reparto relativamente generoso del pastel para apaciguar
tentativas revolucionarias. En el escenario internacional, la Unión Soviética
todavía representaba una alternativa en el imaginario colectivo. En el plano
interno, las organizaciones de izquierda se nutrían de una clase obrera
socialmente organizada y de unos sindicatos con la fuerza suficiente para
tutear a la patronal.
El neoliberalismo fue una
salida a la crisis de los años 70. Las élites económicas internacionales
dirigidas en el ámbito político por Ronald Reagan y Margaret Thatcher iniciaron
una ofensiva para liquidar el pacto social de los años dorados. Una vez estabilizado
el escenario internacional y descabezada políticamente a la clase trabajadora a
través de la integración, el miedo a la revolución se esfumaba y con él la
necesidad de un reparto generoso de los recursos. En España los franquistas
«desarrollistas» seguían obsesionados por avanzar hacia «un país de
propietarios en vez de proletarios», por el surgimiento de una clase media
advenediza sin aspiraciones rupturistas.
Con el
neoliberalismo se impusieron políticas de desregulación que se tradujeron en
carta libre para el capital sin ningún contrapeso social, institucional o
jurídico. El tejido productivo mutó y la estratificación social se hizo cada
más compleja, dificultando a los trabajadores su ubicación en el trabajo y en
la sociedad; dificultando, en última instancia, su proceso de concienciación.
Se empezaron a mercantilizar todos y cada uno de nuestros ámbitos de vida. La
lógica de la maximización del beneficio se imponía a cualquier otro criterio
como los Derechos Humanos o el constitucionalismo social de posguerra.
El neoliberalismo suele ser
asociado con el proceso de desregulación, financiarización y globalización de
la economía que, desde los años 70 hasta el día de hoy, supone un trasvase del
dinero de los bolsillos de la clase trabajadora y los sectores populares a los
bolsillos de las élites económicas. Siendo esta asociación rigurosamente cierta,
es incompleta ya que no tiene en cuenta su capacidad para imponer un modo de
vida y una particular visión del mundo. Sin infravalorar la incuestionable
concentración de riqueza en un número de manos cada vez más reducido, el
verdadero éxito del neoliberalismo ha consistido en la desarticulación
ideológica, cultural y socialmente de la clase trabajadora y los sectores
populares.
El posfordismo y la llamada
flexiseguridad acabaron con la identidad de clase. Quien cambia de trabajo cada
seis meses y vive de manera precaria no sólo tiene dificultades para
organizarse y luchar por sus derechos, también tiene dificultades para
desarrollar una identidad y una solidaridad siquiera corporativas. Al mismo
tiempo, la mercantilización de la que nada ni nadie es ajeno se cobró, entre
otras, una importancia pieza: el concepto de comunidad. Nos volvimos
individualistas y hasta las cenas familiares se convirtieron en un mero trámite
–cuando no un suplicio– en nuestra rutina virtual.
El
tejido social construido durante décadas fue desmantelándose hasta la
desmembración total. Las asociaciones de vecinos, culturales, sindicales, etc.
perdieron protagonismo dejando en algunos casos al equipo de fútbol como única
referencia de pertenencia comunitaria y al bar como único espacio de socialización
(ambos espacios significativamente masculinizados). Semejante desarticulación
de la sociedad civil no puede ser obviada cuando se hace un análisis del
escenario político especialmente a nivel municipal. Es en la sociedad civil
donde se produce la lucha ideológica y cultural que acaba definiendo el
panorama político-electoral.
Esto nos lleva a entender la
política como una lucha permanente por la hegemonía en la que resulta
fundamental construir trincheras y espacios de socialización de todo tipo, ya
que en los espacios aparentemente neutrales también se reproduce ideología y se
genera consenso. La hegemonía, pues, se resume en toda una visión del mundo,
difícil de circunscribir en términos electorales.
Los Ayuntamientos son una pieza
fundamental para cualquier salida democrática a la crisis. El principio de
subsidiariedad, el contacto directo y la cercanía con los vecinos hacen de
éstos una herramienta privilegiada para construir comunidad y tejido social.
Las élites económicas y políticas lo entendieron en la Transición y demuestran,
artículo 135 de la Constitución en mano, que lo siguen entendiendo. Para éstas
es fundamental que ningún Ayuntamiento demuestre que se puede gobernar de otra
manera aún sin autonomía financiera real. Y es fundamental, a pesar de tener
una incidencia económica insignificante si aspiramos a que devuelvan lo robado,
ya que tienen la capacidad para ayudar a la construcción de una sociedad civil
organizada en la que la ciudadanía sea partícipe de su propio destino.
En un
contexto de reflujo en el que peligra lo conquistado hasta ahora desde el ciclo
de movilizaciones inaugurado en 2010, la preservación de los actuales y la
conquista de nuevos Ayuntamientos se convierten en dos objetivos fundamentales.
Para ello es necesario recuperar el espíritu de las confluencias exitosas de
2015 que nos permitieron conquistar las principales ciudades del país. Ese
espíritu de desborde que hizo de las confluencias algo más profundo que una
mera coalición electoral entre distintas organizaciones políticas. La
agudización de las contradicciones del capitalismo hace que una mayoría social
con distintas sensibilidades ideológicas y no adscrita a ninguna organización
política comparta intereses objetivos. A esa mayoría social compleja, diversa y
fragmentada debemos tender la mano.
El objetivo estratégico es la
alianza de distintas clases y sectores sociales que superen sus visiones
corporativas en aras de un proyecto ético-político conjunto que se concrete en
una visión del mundo propia y autónoma. Aspiramos a la construcción de un
bloque histórico que dispute la hegemonía. Las confluencias son condición insuficiente
pero necesaria siempre que se enmarquen dentro de una perspectiva estratégica
más amplia para no caer en posiciones electoralistas. Debemos conquistar los
Ayuntamientos, no para hacer lo mismo que los de siempre pero sin corbata sino
para construir un nuevo modo de vida que genere al mismo tiempo una nueva
visión del mundo frente al individualismo, el consumismo y la mercantilización.
Que nos permita articularnos ideológica, cultural y socialmente.
Debemos conquistar los
Ayuntamientos no sólo ni principalmente para demostrar que somos mejores
gestores que ellos, sino para construir comunidad, barrio, pueblo, clase.
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