Cuentan los viejos comunistas que
durante el franquismo temían más las comisarías y las dependencias de las
fuerzas represoras que la propia cárcel. Una vez que te detenían te llevaban a
la Dirección General de Seguridad o a cualquier calabozo donde te torturaban
hasta la muerte o, en el mejor de los casos, hasta arrancarte algo de
información. El suplicio era tal que el mero hecho de llegar a la cárcel
suponía un alivio. Algo parecido nos pasó tras la llamada Transición, prueba de
ello es que solo se puede defender esta ‘democracia’ si se compara con lo
anterior. Estamos mal, pero peor estábamos antes y peor podíamos estar.
Más vale ser temido que amado,
decía Maquiavelo. Y el hoy recurrido Gramsci decía, leyendo al florentino, que
el poder se mantiene mediante la fuerza y el consenso; mediante la represión y
la dominación ideológica, de manera dialéctica. Cuanto menor sea la segunda,
mayor será la primera. Es en tiempos de crisis de hegemonía cuando el poder
saca su verdadero rostro. Que nadie se engañe: la oligarquía financiera
eliminaría de un plumazo cualquier rastro democrático siempre que sus intereses
peligren y la correlación de fuerzas se lo permita. Solo en este sentido
podemos entender la “ley Anti 15-M” y todo lo que queda por venir, que no será
cualquier cosa.
Pero tampoco nos equivoquemos. El
franquismo sociológico sigue pesando como una loseta en una parte nada
desdeñable del pueblo español hoy como hace una, dos, tres o cuatro décadas.
Hay quien dice que el éxito del franquismo sigue siendo la monarquía, los
partidos fundados por sus ministros, las calles enalteciendo a sus generales y,
en definitiva, el famoso “atado y bien atado”. Y no es que no sea cierto, pero
hay algo mucho más profundo que todo eso: el miedo a la política. Para ser
exactos, el miedo a la política de
izquierdas, por catalogarla de alguna manera.
Esa impronta, muchas veces teñida
de ideología antipolítica, sigue
siendo el mayor arma desmovilizadora. Cuando Rajoy –o el politiquero de turno-
habla de mayorías silenciosas tiene razón: con la que está cayendo sigue
habiendo un alto porcentaje de gente que no se mueve. Y quien no se mueve no
puede sentir las cadenas. Es cierto aquello de que no se puede ser neutral en
un tren en marcha ya que, en una guerra –de clases- o se está con unos o se
está con otros, del mismo modo que o se es parte de la solución o del problema.
Y la gente que se moviliza sigue siendo una parte ínfima de los afectados por
la crisis o de quienes objetivamente son golpeados por el sistema ya sean tiempos
de crisis o de bonanza.
Cuando tocó nos pusieron a un
Guardia Civil en cada esquina y luego, también cuando tocó, los cambiaron por
el control de toda la opinión publicada. El dominio ideológico, de la mente, es
mucho más poderoso que el dominio militar ya que éste es fácil de identificar.
Lo decía Malcom X y lo podemos extender a todos los aparatos ideológicos del
Estado: si no estamos prevenidos ante los medios de comunicación, nos harán
amar al opresor y odiar al oprimido. Y así nos acostumbramos a tragar entonando
el Virgencita que me quede como estoy,
mientras intentábamos pisar al de abajo y al de al lado. Por eso en 1936 el
pueblo español consciente salió a la calle a defender la democracia armas en
mano, mientras que en 1981 se escondió debajo de la cama y a día de hoy se
siguen escuchando voces asustadizas que dicen: No te metas en política. No te
marques. No te metas en líos.
Por todo esto, “que el miedo
cambie de bando” no es solo una canción o una simple consigna, sino toda una
declaración política. Hasta que pensar, debatir, organizarse y movilizarse no
sean hábitos normalizados en nuestra vida social, seremos idiotas en el sentido
etimológico del término: personas que solo nos preocupamos de nosotros mismos
sin prestar atención a los asuntos públicos y políticos de nuestro alrededor. Y
los idiotas no damos miedo. De ahí la importancia de las movilizaciones y de
todos los actos de rebeldía organizada como por ejemplo los escraches: si
quienes legislan no sufren los recortes, que sufran al menos las protestas de
los recortados.
Esto empezará a cambiar cuando
demostremos que esa oligarquía financiera, representada por el bipartidismo, no
es más que un tigre de papel que si amenaza con leyes represoras es
precisamente para ocultar su debilidad.
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