martes, 21 de octubre de 2014

De Surenes a Vistalegre: Pablo Iglesias no quiere ser Felipe González

De izda a dcha, el excanciller alemán Willy Brandt, González y Guerra, el 13 de octubre de 1974 tras el Congreso 


"Reina el caos bajo el cielo; la situación es excelente"

Casi al mismo tiempo que el PSOE conmemora su 40 aniversario del Congreso de Surenes, Podemos decide qué quiere ser de mayor. Su Asamblea fundacional se celebró hace pocos días, para más saña en Vistalegre, antiguo fortín socialista en el que los dirigentes del PSOE pregonaban en olor de multitudes las maldades de la derecha. Ha sido el propio Pablo Iglesias el que astutamente ha jugado con algunos paralelismos de esta con aquella época. Por mucho que se diga, el gran partido del régimen (dicho sin pasión, ni siquiera beligerancia) no es el PP sino el PSOE. Él puso en marcha todo esto y en él, más allá de tendencias electorales, anida lo poco que queda del consenso, que sigue siendo el pilar de la llamada Cultura de la Transición. Pablo Iglesias lo sabe, de ahí sus continuos y eficaces guiños al votante socialista.

De manera muy resumida, el Congreso de Suresnes supuso la liquidación política del PSOE (más bien de lo que quedaba) como partido revolucionario. En él se apartó a la dirección histórica encabezada por Llopis y surgió otra liderada por Felipe González y Alfonso Guerra. Aunque fuera más adelante (en 1979) donde el partido debatiera la renuncia del marxismo (Felipe perdió y renunció, en un acto de chantaje sin paliativos hacia sus compañeros y rivales) y pocos meses más adelante donde, ya sí, se abandonara definitivamente el marxismo en un Congreso extraordinario, creo que Suresnes fue la clave.

La construcción del PSOE que salió de allí no se puede entender sin la aportación de tres asesores fundamentales: los nortamericanos, que a partir de los sesenta se empezaron a preocupar por la radicalidad de la oposición antifranquista (hegemonizada por el PCE) y temían que aquello detonara en un Gobierno alineado, aunque fuera tímidamente con la URSS, en un contexto de Guerra Fría (la Revolución portuguesa de los Claveles en 1974 acabaría metiéndoles prisa y miedo); la socialdemocracia alemana, que previamente ya había entregado la cuchara y animaba a sus homólogos españoles a hacer lo propio; y por último, el llamado sector reformista del franquismo, cuya obsesión era neutralizar a los comunistas y aspirar, a lo sumo, a una democracia liberal en la que demócratas cristianos y socialdemócratas sellaran un nuevo Pacto de El Pardo y jugaran a turnarse en el Gobierno, discutiendo entre ellos muy acaloradamente, pero estando de acuerdo en las cuestiones fundamentales, entre ellas la economía.

La Transición fue un ejemplo paradigmático de transformismo. Por resumirlo muy brevemente: las clases dirigentes se vieron obligadas a reformarse y para ello se vieron obligadas a un cambio de caras, de discursos e incluso de partidos, pero también a asumir una parte de las propuestas de la oposición, siempre llevando la iniciativa y convirtiendo a ésta en una oposición “moderada”, “responsable” y, cómo no, gobernable. En esta tarea no estuvo solo el PSOE, pero todo lo que vino después no se puede entender sin Suresnes. En el municipio francés se produjo un abordaje en toda regla, que acabaría condicionando la realidad política de nuestro país hasta el día de hoy.

40 años después, protagonistas de aquel proceso nos hablan de la necesidad de una segunda Transición, de un nuevo consenso, de un nuevo pacto. La situación es muy parecida: una crisis económica brutal y una crisis de régimen que muestra sin ningún tipo de piedad la carencia de legitimidad de las clases dirigentes. Saben que esto es cuestión de tiempo y necesitan anticiparse, llevar la iniciativa en todo momento y vaciar de contenido las propuestas alternativas: el objetivo sigue siendo imponer esa visión aristotélica de la política como el arte de lo posible, quedarse en la gestión, en lo superficial, en la forma y en el continente.

Solo partiendo de este contexto podemos entender el apoyo unánime de los medios de comunicación (sin excepción al servicio del poder económico) a las propuestas alternativas al equipo promotor liderado por Pablo Iglesias. Llegados  a este punto hace falta una aclaración: sí, los medios apoyaron mediáticamente a Podemos para delimitar el ascenso de IU, pero ese apoyo va mucho más allá; de lo que se trata ahora es de domesticar a Podemos y evitar, entre otras cosas, cualquier tipo de alianza con IU. Mi querido amigo Nega de Los Chikos del Maíz sabe perfectamente que los medios de comunicación no son neutrales ni apolíticos: tienen intereses políticos, ideológicos, partidistas y, por supuesto, de clase. Los tienen ahora que apoyan sin cortapisas a Pablo Echenique y Teresa Rodríguez, pero también los tenían antes cuando vetaban a IU y emitían publirreportajes de Podemos. Dicho esto, Podemos está ahí de motu proprio por saber leer mejor que nadie la realidad concreta, lectura que les ha permitido conectar con la indignación de la mayoría social.

Partiendo de que toda la política es conspiración pero no se puede entender políticamente nada partiendo de supuestas conspiraciones, ¿por qué apoyan los medios las propuestas de Echenique y Rodríguez? ¿Acaso son agentes infiltrados del CNI? En el fondo es más sencillo que todo eso: las propuestas alternativas al equipo promotor permiten de manera facilísima un abordaje que dejaría a lo de Suresnes en una anécdota. Descentralización territorial, discrecionalidad para los círculos y vía libre para presentar candidaturas propias en las municipales (España tiene más de 8.000 municipios) significaría el ascenso de trepas, el tránsito calculado y poco honesto de distintas gentes en bloque y, en definitiva, la conversión de Podemos en una jaula de grillos sin capacidad política siquiera para que soportar las inevitables contradicciones.

¿Qué es lo que suena realmente mal de todo esto? Que el discurso democratista, asambleario y horizontalista es tremendamente contradictorio con la estrategia en general y, en concreto, con la estructura de Partido de la que se servirá Podemos. Digo esto sin acritud, al contrario, con cierta admiración: es centralismo democrático de toda la vida. ¿Cuál es el problema? Que el equipo promotor está siendo víctima del “monstruo” que ellos mismos se encargaron de crear. Seguramente fuera (y sigue siendo) necesaria determinada retórica, pero ahora les toca cabalgar las contradicciones y aguantar el vendaval. Bienvenidos a la política real, compañeros.

Una aclaración para terminar. Hablo de Podemos desde fuera. No soy ni militante ni votante, pero soy consciente de que la construcción de la Unidad Popular dependerá en buena medida de ellos. Creo que para Podemos, y por tanto para la Unidad Popular (si creen que pueden ellos solos morirán… heroicamente pero morirán), es necesario que gane el equipo promotor encabezado por Pablo Iglesias. El contexto histórico nos exige altura de miras a todos aquellos que aspiramos a un proceso constituyente que supere el actual régimen político-institucional y el modelo económico. El sillonismo de unos y el adanismo de otros son lastres igual de nocivos. La dialéctica es restauración o ruptura democrática: por primera vez en décadas tenemos la oportunidad de construir un movimiento real lo suficientemente potente como para superar el estado actual de cosas. Con valentía y sin olvidar dos cosas: que existe la posibilidad de transformismo y de “revolución pasiva” y que salvo el poder todo es ilusión.

PD: Cuando se habla del PSOE de Suresnes en concreto y de la Transición en general se suelen lanzar graves acusaciones, alguna demasiado estridente. Que nadie se escandalice: hay bastante literatura sobre ello. Algunos libros fáciles de conseguir son Soberanos e intervenidos de Joan Garcés, La CIA en España y Claves de la Transición 1973-1986 (para adultos) de Alfredo Grimaldos, El amigo alemán de Antonio Muñoz o El PCE y el PSOE en (la) Transición de Juan Antonio Andrade. Hace pocas semanas El Mundo publicó esta noticia, para los curiosos.

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