Segunda parte del artículo Lo que no debe olvidar IU Andalucía, escrito el 26 de marzo de 2012. Continuación, también, del artículo ¿Qué hacer en Andalucía?, escrito el 16 de abril de 2012.
Es importante que situemos las
elecciones andaluzas en un marco estratégico en el que la disputa es entre Restauración
y Ruptura Democrática. En este contexto debemos situar todos y cada uno de los
acontecimientos políticos recientes y por venir, empezando por el ciclo
electoral que inició Andalucía. La crisis del régimen abre una grieta temporal
que podemos agrandar pero que si no lo conseguimos se cerrará y el tren pasará.
El objetivo de la oligarquía económica y de sus representantes políticos es,
una vez asumida la necesidad de algunas reformas, un proceso de “revolución
pasiva” que consistirá si no lo evitamos en retoques de maquillaje en la
superestructura política: nuevas caras y nuevos partidos si es necesario, la
cooptación de una parte de las fuerzas de ruptura y, en definitiva, cambiar todo para que nada
cambie y sigan mandando los que no se presentan a las elecciones. La Restauración
ya comenzó y son ellos los que han llevado la iniciativa desde el primer
momento. Dicho de otra manera: van ganando y desde las elecciones andaluzas,
con más ventaja.
Las elecciones andaluzas no han
sido unas elecciones más principalmente por dos cuestiones: determinarán en
buena medida el resto de elecciones y el PSOE se ha jugado parte importante de
su futuro en ellas. No podemos olvidar que el principal sostén del régimen
sigue siendo el PSOE, ya que el PP es incapaz de generar un consenso tan amplio
hacia el centro, con independencia del número de votos que logre sacar. La
jugada era clara: darle un repaso al PP, quitarse a IU de en medio y frenar el
posible tirón de Podemos. Salir reforzados de cara a las generales. La táctica:
batallar en el terreno más favorable para ellos y más difícil para el resto. La
estrategia: populismo basado en cuatro puntos principales: un liderazgo fuerte
que se funda en simbiosis con el Pueblo, un nacionalismo sin nación o
patrioterismo, la creación de un enemigo externo como el origen de todos
nuestros malos y un discurso estrictamente emocional. En todo momento han
llevado la iniciativa, pillando al resto a contrapié, y quien lleva la
iniciativa tiene todas las de ganar. A esto hay que añadirle el arraigo en las
zonas rurales, las redes clientelares, una exitosa campaña mediática-electoral
de año y medio y un grado de concienciación alto de los andaluces pero también
de resistencia a cualquier cambio.
Sudor, lágrimas y votos nos ha
costado entender que en política no gana quien tiene el mejor programa o
candidato, hace la mejor campaña o tiene la trayectoria más digna: también en
política la razón es rehén de la
emoción y no al revés.
Más allá del análisis concreto de
los resultados, las elecciones andaluzas han sido un éxito para el régimen y un
fracaso para la izquierda. No obstante, y huyendo de todo conformismo, tenemos
que tener en cuenta que una parte de la decepción es fruto de una peligrosa
ingenuidad. Creer que la indignación, sin apenas organización popular ni
movilización social, se va a traducir automáticamente en votos revolucionarios,
es ingenuidad. Creer que el régimen al que aspiras derrocar se va a quedar de
brazos cruzados viendo cómo avanzamos, es ingenuidad o algo peor. Y el problema
cuando se apuesta todo a la ilusión electoral y las cosas no salen bien es que
se produce una crisis de militancia, más peligrosa incluso que el batacazo
electoral. Si algo ha puesto en evidencia estas elecciones es que salvo el
poder y la organización popular todo es precisamente eso, ilusión.
Aunque no se puede analizar el
papel y los resultados de IU Andalucía atendiendo exclusivamente a Andalucía,
podemos extraer algunas conclusiones. Cabe destacar de antemano el dignísimo
papel de Antonio Maíllo y la buena campaña electoral en su conjunto, aun con
déficits en la comunicación en general y en el discurso en concreto. Estos dos
factores y la movilización de la militancia nos salvaron de un resultado peor.
No obstante, el principal problema de IU Andalucía y también a nivel federal es
un problema político más profundo.
Desde el proceso de Refundación
teníamos la hoja de ruta sobre el papel, la lectura del momento, el objetivo y
la estrategia, pero no adaptamos lo suficiente ni el proyecto ni la
organización a esa hoja de ruta. No supimos apreciar el alcance de la crisis
del régimen y en un momento de excepción seguimos con un esquema viejo que
consistía en la teoría de vasos comunicantes entre los votantes del PSOE y los
nuestros. Creíamos que era tan sencillo como no moverse demasiado y esperar a
que de manera progresiva los votantes de izquierdas del PSOE vinieran a
nosotros. Asumimos nuestra tarea de izquierda real pero subalterna: se trataba
de crecer y pactar en condiciones dignas con el PSOE donde tocara. En un contexto
de crisis de hegemonía en el que se daban las condiciones objetivas y
subjetivas para aspirar a esa mayoría social con sensibilidad constituyente
pero sin solidez ideológica fuerte, nosotros optamos por aspirar a “la
izquierda de la izquierda”, principalmente clase media con estudios y
profesionales liberales: renunciamos a esa parte importantísima de la clase
trabajadora sin conciencia de clase que no nos entendía.
En este contexto de excepción,
aunque no tan visible como ahora, entramos a formar parte del Gobierno andaluz.
Desde la óptica del esquema viejo de normalidad se trataba de una decisión
teóricamente impecable: gobernar para mostrarnos como una opción responsable de
gobierno, que puede gestionar mejor que el resto, y hacer que el PSOE gire hacia
la izquierda. Y lo conseguimos. El problema es que nos mostramos como parte de
“lo mismo”, de “lo viejo” y, en resumen, del “régimen”. Además había una
contradicción insalvable: combatir el bipartidismo y gobernar con él. Tampoco
logremos tejer alianzas con los movimientos sociales y ampliar nuestro espacio
político. Todo esto, es importante decirlo, a pesar de un trabajo muy bueno de
nuestros compañeros en el Gobierno y en el Parlamento. También es importante
decir que el hecho de cogobernar es tan solo un factor más de los que explican
los malos resultados ya que, como veremos más adelante, sacaremos resultados
peores en sitios donde no gobernamos.
Siguiendo con la valoración
política del cogobierno, probablemente
la cuestión más importante no sea la mera participación en él, sino la salida y
la ruptura. En todo momento el PSOE llevó la iniciativa, con la ventaja que eso
supone, relegándonos a una posición muy desfavorable. La batalla principal del
relato de la ruptura la perdimos y a partir de ahí fuimos haciendo equilibrios
entre el orgullo y la vergüenza del cogobierno y la crítica hacia quienes hace dos
días antes eran nuestros socios. Nunca sabremos si la crisis de la Corrala era
un buen momento para para dar un puñetazo en la mesa.
Sería injusto pasar por alto la
propia situación de IU a nivel federal. Estamos en un momento delicado, y
Madrid, por ejemplo, da una imagen bochornosa que nos hace perder votos incluso
en los pueblos más recónditos de la Andalucía profunda. Una de las
características que más valoran los votantes es la unidad interna y la
capacidad de liderazgo y cohesión de la dirección. En este sentido, la
dirección federal respecto a Madrid no ha estado a la altura. A esto hay que
sumarle que IU a nivel estatal lleva a la defensiva desde las elecciones
europeas: dimisión de Willy Meyer, escándalo de Bankia, Madrid y una
actitud de auto justificación poco
inteligente respecto a “lo nuevo”. Si lo que se está cuestionando es el régimen
y nosotros dedicamos todos nuestros esfuerzos a defendernos y justificar
nuestra propia existencia, estamos perdidos. Si a estos factores (de entre
tantos) le sumamos una obvia y natural campaña del poder económico y mediático
contra nosotros, el resultado se puede entender.
Aun con todo, hay sitio para la esperanza.
Una nueva IU que sea capaz de refundarse a todos los niveles no solo tiene
espacio, sino que es imprescindible. Una nueva IU que organice y tensione la
calle. Que radicalice las propuestas socialdemócratas hoy hegemónicas en el
espectro de la izquierda y presione para que el “cambio” no quede en
“cambiazo”. Debemos ser conscientes de que el tren solo pasa una vez cada mucho
tiempo pero también de que el ilusionismo electoral tiene límites. De nuevo,
salvo el poder y la organización todo es ilusión. En nuestra mano está que una
nueva IU sea esa organización y ese proyecto de clase capaz de organizar desde
abajo a la clase trabajadora y a los sectores populares. En definitiva, de lo
que se trata es de que IU exista para lo que nació y no haya, como en muchos
sitios, una separación entre IU organización e IU proyecto. Lo hemos dicho
muchas veces, pero como dijo José Martí, la mejor forma de decir es hacer.
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