Un partido político reproduce en
su seno la lucha de clases. Es algo evidente, máxime si en ese partido hay representación
de distintas fracciones de clase (algo inevitable incluso aunque no se
pretendiera) o, en resumen, si se trata de un partido amplio y plural. Además
de diferencias estratégicas, tácticas u organizativas, en un partido son
inevitables los cruces (normalmente legítimos) de intereses. Y este cruce de
intereses a veces delimita las ganas (y necesidad) de transformación,
reflejando un escenario en el que unos quieren ir más allá y otros quedarse
quietos. En el fondo, a veces soterrada, la lucha ideológica.
Anguita popularizó dos
dualidades: las dos orillas y las dos almas. La primera es conocida, la segunda
algo menos. Lo que viene a decir es que el PCE (y luego, también, IU) tiene dos
almas: una, heredera del carrillismo, entiende que debemos ser poco más que la
corriente de izquierdas del PSOE, y otra, que hay vida más allá del
bipartidismo, las instituciones y el capitalismo. Desde la IX Asamblea y el
proceso de Refundación, ésta última es hegemónica en los documentos y en la
retórica, pero no tanto en la praxis. Un tiempo más tarde, Juan Antonio Andrade
hiló más fino en El PCE y el PSOE en (la)
transición, añadiendo un tercer alma de retórica ortodoxa, identitarismo y
bandera muy alta pero que, de nuevo en la práctica, está más cerca de la
primera que de la segunda.
El 15-M de 2011 inició un ciclo
de movilizaciones que culminó (en parte) en la institucionalización de la
protesta el 25-M de 2014 a través, principalmente, de Podemos. A partir de ahí
hemos asistido a una recomposición político-electoral del régimen que ha
afectado a todos los partidos en su conjunto. Casi nadie lo sabe, pero Manolo
Monereo escribió en Por Europa y contra
el sistema euro, que no apoyaba a Podemos porque eso debilitaba a IU y
fortalecía el bipartidismo, literalmente. Digo esto exclusivamente a modo de
anécdota, conste. En cualquier caso, en IU se abrió una crisis, aunque esto no sería
nada nuevo si no se tratara de la
crisis. Resulta curioso ver cómo todos los debates se atascan y se enconan en
dos posiciones radicalmente distintas nada más empezar: cuál es el origen de la
crisis.
El análisis riguroso y complejo
es sustituido por la premura de un contexto convulso en el que todo lo sólido
se desvanece en el aire. Esto da lugar a un debate más simplista de lo que
debiera que vuelve a enfrentarnos en dos posiciones: la crisis de IU se debe a
que hizo bien sus deberes o a justo lo contrario. La primera tesis sostiene que
IU iba por el buen camino, tal y como reflejaban las encuestas, por lo que el
poder tuvo que mover ficha para impedir que avanzáramos delante de sus narices,
la más importante, Podemos; ya se sabe, divide
et impera. La segunda tesis defiende que IU hizo cosas bien pero no las
suficientes como para erigirse en la Syriza
española, por lo que al no recoger el descontento político y social, dejó
el camino libre a unos que entendieron mejor que nosotros el contexto de
emergencia.
Las dos almas vuelven a planear
sobre el debate: íbamos bien porque las encuestas reflejaban una subida lo
suficientemente importante como para pactar con el PSOE en condiciones dignas. La
conversión de IU en partido, la falta de coherencia con lo acordado en
asambleas, la confusión entre pactos y alianzas o la insistencia en un esquema
de normalidad en un contexto de excepción y sensibilidad constituyente, son
algunos de los factores que se pasan por alto: es mucho más fácil echarle la
culpa a otros que hacer autocrítica.
Por otra parte, desde una visión con
vocación de alternativa al bipartidismo, no era un disparate pensar que las
cosas no se estaban haciendo lo necesariamente bien, pues el contexto podía
ofrecer un margen algo más generoso que una mera subida electoral por inercia. El
vuelco electoral ni está ni estaba a la vuelta de la esquina, pues las
victorias electorales son el resultado en última instancia de la organización
popular y la movilización social, pero se podía optar por un proyecto más
ambicioso en un contexto en el que una mayoría social aun sin un arraigo
ideológico, tenía sensibilidad de cambio.
No obstante, es un error pensar que era pan comido y nos bastaba con hacer los deberes en lo interno: ¿alguien
sabe cuántas huelgas generales ha habido en Grecia antes de la victoria de
Syriza? Cabría aquí una lectura cercana a esta tesis más profunda y menos halagüeña.
En cualquier caso, sea cual sea
el origen o las causas, vuelven a planear las dos almas sobre las respuestas a
la crisis. Por un lado están quienes quieren convertir (más) a IU en un partido
(eso supondría la muerte del PCE: dos partidos no pueden vivir en uno) y no
dudan en tirar de identitarismo; y por otro lado están quienes quieren
convertir a IU en lo que siempre debió ser, un movimiento político y social en
el que quepan los partidos, con el republicanismo, el federalismo y
anticapitalismo como señas de identidad. Ambos proyectos son distintos y
antagónicos; unos quieren ser la izquierda del régimen y otros quieren acabar
con él.
Neocarrillismo o Alternativa. El
ínclito cosechador de triunfos Gaspar Llamazares o el joven Alberto Garzón. El
tercer alma, en pena, de retórica ortodoxa, con el primero: Madrid, siempre
Madrid.
No entiendo nada.....sé más explícito....
ResponderEliminarYa no estás en Wordpress. Ahora estás con Blogger. Bueno, echaré un vistazo a algunos de tus posts, que despiertan un poco mi interés de ex bloguero y de revolucionario indomable.
ResponderEliminarNos habíamos comunicado en otras ocasiones, por cierto. Soy amigo de "El Vallekano de Rumanía", a quien de algún modo conoces.
¡Salud!