martes, 28 de julio de 2015

1992: todo el poder para Publitalia (parte I)




(no contiene spoilers)

Empecé a ver 1992 (2015) tras acabar, algo tarde, la espectacular Gomorra (2014), también de Sky. Viene de largo mi fascinación por el cine italiano de posguerra y, como no podía ser de otra manera, su realidad política, radicalmente distinta desde los 90. Italia es un país que siempre ha estado ahí pero cuando lo mirábamos lo hacíamos con desdén. El caso es que finalizada la segunda guerra mundial, Italia se convierte en vanguardia política y cultural de toda Europa occidental. Políticamente, tenía una particularidad que no dejaba dormir a Santiago Carrillo: una especie de sistema bipartidista donde la izquierda estaba encabezada por el PCI (en vez de por el PSI), frente a la todopoderosa Democracia Cristiana. De esta ensoñación vinieron las malas copias de la estrategia eurocomunista. Enrico Berlinguer, principal teórico, murió de forma prematura en 1984 sin poder rectificar lo suficiente a tiempo, aunque habría sido lo mismo: el «compromiso histórico» y la «alternativa democrática» eran consecuencias; el daño ya estaba hecho. Dos años antes, en 1982, Santiago Carrillo era ya un cadáver político. El régimen político italiano moría y el español nacía. Como en todo proceso histórico, solo los audaces sobreviven. Y como en todo proceso histórico, las fechas delimitan poco: ¿cuándo acabó la Transición española? ¿En 1978 con la Constitución? ¿En 1982 con el triunfo de González? ¿En 1986 con la entrada en la OTAN o, incluso, con el Tratado de Maastricht en 1992?

1992 es el año convulso en el que se desarrollan y entrelazan las historias de los distintos personajes de la serie. El protagonista principal, el que nos sirve para entender qué pasaba en Italia, es un publicista (Stefano Accorsi). Podría haber sido el juez, el policía o el diputado cafre de la Liga Norte. Es una cuestión de enfoque. En cualquier caso, la serie nos muestra farmacéuticas sin escrúpulos, empresarios corruptores, políticos corruptos, cretinismo parlamentario y gente que ha entendido que en un sistema donde todo se compra, si no te adaptas no eres nadie. Y publicistas… 1992 fue el año en el que estalló el caso de corrupción que acabó por dinamitar el régimen político, conocido como tangentopoli. La cabeza más cara que se cobraron los de Manos limpias fue el ex-Primer ministro y líder socialista Bettino Craxi. Pero si en Madrid ha existido un Partido Bankia, al que pertenecían diputados con distinta adscripción partidaria en la Asamblea, en Italia ya existía el Partido Berlusconi. Por aquellos entonces, Silvio ya era el tesorero y financiador del PSI. La relación funcionaba así: Berlusconi financiaba al PSI y éste, a cambio, legislaba a favor de sus televisiones y grandes empresas. Hasta que el magnate, viendo el panorama y bien asesorado, se dijo: ¿para qué quiero que hagan leyes a mi favor si puedo hacérmelas directamente yo?

1992 fue un año de crisis de régimen, de crisis orgánica. El caso italiano, siguiendo con el pensador sardo Antonio Gramsci, fue un ejemplo de “revolución pasiva”, es decir, de cambio dirigido desde arriba. La crisis abre una posibilidad de ruptura democrática (en España se llama proceso constituyente) pero también de restauración: son las élites, conscientes de su crisis, las que se ven obligadas a reestructurarse y dirigir el cambio, aceptando algunas demandas populares pero siempre llevando la iniciativa y canalizándolas hacia donde ellos se sienten más cómodos (transformismo). ¿Qué sería de Ciudadanos si el poder mediático no hubiera apostado por ellos como una especie de tirita, es decir de canalización de la indignación hacia posturas moderadas y sensatas funcionales al propio régimen? El Poder no duerme por las noches viendo el debate sobre listas abiertas y primarias.

Porque esas cosas existen. La política es una correlación de fuerzas en la que los colectivos son los verdaderos protagonistas, pero claro que existen personas (y think tanks) que se encargan de estudiar y poner, incluso, nombres encima de la mesa. La política no se puede entender como una conspiración, pero todo acto político lleva consigo algo de conspiración. Eso se ve en la serie cuando el publicista pone el nombre de la persona idónea encima de la mesa. Y lo toman por loco. Da clases de comunicación: no hay que vender argumentos, sino un sueño; no importa tanto el qué se diga sino quién y cómo se diga. Y lo toman por loco. Pero como normalmente los locos suelen ser los más audaces, al final de la serie se intuye quiénes sobreviven y quiénes no. Con una frase memorable: 1993 será un gran año.

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